Hace 80 años, luego de liberar su territorio, el Ejército soviético se dirigió a través de Polonia hacia Berlín, centro de mando del núcleo del poder expansionista y terrorista encabezado por Hitler, en su avance liberó Auschwitz, en Alta Silesia, el campo de exterminio nazi en que fueron recluidas, atormentadas y asesinadas millones de personas. Este campo de concentración fue un lugar de terror y crimen, mayoritariamente en contra de deportados judíos trasladados desde toda Europa, prisioneros de guerra rusos, polacos y otras nacionalidades, también de luchadores antifascistas alemanes y otros países.
Auschwitz es un sitio testigo de los horrores más terribles que puede producirse en la mente del ser humano y concretarse desde el Estado. En particular, hornos crematorios indican que esa no fue ficción ni una fake news. En su afán de dominación mundial el régimen nazi genero los más terribles métodos de muerte e impuso un tipo de barbarie que no ponía límite alguno a la crueldad de la maquinaria bélica y la acción represiva del Estado.
Las tropas nazis que custodiaban el campo de concentración, formadas mayoritariamente por genocidas de las SS, que mataban por centenares de miles, alcanzaron a destruir solo parte de ese lugar infernal y huyeron ante la inminente llegada del Ejército soviético, y por eso se conservaron instalaciones, galpones usados para el encierro nocturno, las alambradas electrificadas, torres de vigilancia y parte de las cámaras de gases y los hornos crematorios.
Confirmando el horror, el Ejército Soviético encontró decenas de miles de prisioneros famélicos y desfallecientes, así como bien ordenadas, cientos de toneladas de ropa de hombres y mujeres que los verdugos nazis habían acumulado de sus víctimas a las que obligaban a desnudarse para una falsa ducha desinfectante que no era más que el camuflaje de ingreso a la bóveda hermética donde eran asfixiados.
El nazi fascismo instaló el régimen estatal más cruel y sanguinario de la civilización humana, ante esa barbarie hay un fuerte negacionismo, hoy no reconocer los hechos y propiciar la amnesia social es un instrumento de quienes pasan por encima del respeto a la dignidad del ser humano, un signo de la ideología amoral de la oligarquía tecnológica global que, en su afán de alianza con el extremismo neofascista europeo, difunde que Hitler fue comunista o que no hay evidencias del genocidio y además, copian símbolos o saludos hitlerianos como si eliminar o arruinar la vida de millones de personas fuera una travesura.
Sin embargo, lo más penoso es la tragedia de Palestina, que el horror del terrorismo de Estado persiste en su territorio, y más estremecedor es que haya sido el régimen israelí el que recurrió, con los medios ultra modernos de la actual industria militar, a la violencia genocida en Gaza implementando los procedimientos terroristas más atroces en contra de la población indefensa, en el afán de eliminar físicamente a la nación palestina.
El neofascismo que se instala en el escenario del siglo XXI de América Latina se diferencia del fenómeno vivido durante el siglo XX en Europa, allí los nazis expansionistas del Tercer Reich se creían la encarnación del progreso humano que debían implantar mediante una violencia terrorista inaudita que derrumbó el sistema político y la debilitada institucionalidad de posguerra. En la ideología nazi, el genocidio y la matanza indiscriminada eran deseables.
En este siglo, sus sucesores son su caricatura, se trata de extremistas de ultraderecha que buscan un liderazgo foráneo, no tienen raíces ni fundamentos nacionales, son una copia de asociaciones conspiradoras que en otras naciones socavan el régimen democrático, lo desacreditan día a día y trabajan para que su debilidad lo desmorone, incapacitado de sostenerse.
En estos días, la ascensión de Trump los ha puesto eufóricos. Aplauden la vergonzosa persecución a los migrantes y se someten al desprecio imperial hacia América Latina. Actúan como "fans", sin atender el interés nacional. Piensan que algún beneficio les caerá de las descomunales posesiones de sus recientes ídolos. La amenaza al régimen democrático no radica en la fuerza autónoma de esas sectas de exaltados ni en sus desorbitadas ambiciones, sino que en el descrédito y las carencias del régimen democrático, en particular, de los partidos políticos y también de las organizaciones sociales, en las divisiones que los agobian, en sus carencias programáticas e imperfecciones organizativas, como también, lamentablemente, en la corrupción que consume a parte de sus voceros o mandatarios.
Hay que bregar con el viento en contra, hay que resistir social y culturalmente a la soberbia mercantilista y las pretensiones imperiales de los detentores del poder global, a los bufones que esperan ser recompensados y a los matones con que intentan intimidar a los pueblos y naciones soberanas. La paz, la justicia y la democracia siguen vigentes como anhelos históricos de la civilización humana.
En estas circunstancias, la tarea política es de la mayor significación para no rendirse ante las dificultades y mantener la voluntad de avanzar concretando avances por parciales que aparezcan, así como, no extraviarse con consignas y demandas inalcanzables. Nunca será posible alcanzarlo todo, pero, la fractura social existente en Chile señala que tampoco resiste el inmovilismo que no avanza nada. En esa disyuntiva hay que saber encontrar la ruta.
Es una época sumamente difícil, como advirtió Tomás Mann, "el fascismo regresa en nombre de la libertad" para aplastar la dignidad del ser humano. Hay que unir las fuerzas para impedirlo. Hay que sortear el divisionismo mediático con que se rompe la cohesión y el entendimiento democrático. En Chile, la más amplia unidad democrática debe permitir alcanzar ese gran objetivo.
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