Erasmo de Rotterdam nos presentó la "Locura", esa locura de pensar y proponer una sociedad mejor a la luz de las enseñanzas de Cristo para lo cual el Estado debe ser garante del bien común.
Si bien, hoy en día, no encontramos partidos que postulen y promuevan el humanismo cristiano, sí hay quienes peregrinamos las enseñanzas de la filosofía cristiana y de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Sí hay quienes creemos en un humanismo integral, como decía Jacques Maritain, impregnado en una persona capaz de trascender a la vida comunitaria de la que nos hablaba Emanuel Mounier. En consecuencia, nos surge la pregunta de ¿cómo un cristiano puede dar testimonio por una política del bien común?
Aunque sea una locura proponer u orientarse actualmente por el bien común, donde la clase política se guía por el oportunismo, el miedo y el populismo, la política cristiana debe ser capaz de orientar éticamente a los chilenos de tal modo de actuar integralmente para los demás y ser creador de comunidad. Eso no muere, podrá morir un partido o una personalidad jurídica que es sólo un cascarón, pero queda el alma que está presente en el sentido común nacional. Este sentido común es la vocación nacional y popular de todo socialcristiano por concebir a Chile como una sola gran nación, una gran comunidad de comunidades de hombres y mujeres libres. Para tal fin, el cristiano en política es un servidor de las personas y, en especial de los más necesitados, tanto de espíritu como de pan.
Así, la vocación nacional orientada a Chile como una gran comunidad nacional, para el humanista cristiano va acompañada de la vocación popular, la vocación de todos somos chilenos, todos somos personas que valemos lo mismo y, por lo tanto, no es aceptable discriminar por clase social, por genitales, por orientación sexual y ni mucho menos por color de la piel u orígenes étnicos como pretende y propone la izquierda.
En conclusión, tanto la vocación nacional como la vocación popular son un elemento constitutivo de nuestro ser histórico y democrático que como patriotas no podemos dejar que sea corrompido por el totalitarismo que hoy algunos pretenden imponer, disfrazándolo de democrático en una convención que no surgió de la pura y total representación popular.
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