El Manifiesto, una derecha con vocación de mayoría

Es poco frecuente en nuestra a veces chata y liviana acción política que un grupo de políticos y académicos hagan una pausa y planteen algunas ideas a la opinión pública.

Lo primero que debe felicitarse del Manifiesto por la República y el Buen Gobierno, es el valioso esfuerzo de políticos como Hernán Larraín y Andrés Allamand de reunir a personas del mundo académico, como Ramiro Mendoza, Joaquín García-Huidobro, Hugo Herrera y Pablo Ortúzar, a debatir y pensar el país, como diría Churchill, mirando a la próxima generación y no solo a aquel de la próxima elección.

Lo segundo que merece destacarse es que esa conversación no se agotara en sí misma, sino que se plasmara en un texto breve que funda las bases de lo que debería ser un próximo gobierno de Centro-Derecha y la visión que la misma debería propender en las próximas décadas. En un sector donde cuesta tanto valorar a quienes reflexionan y que a veces cree que el éxito es simplemente hacer y no pensar, la sola publicación del texto resulta valiosa porque promueve la sana discusión y competencia de ideas, ejercicio cercenado por años en la derecha.

¿Por qué a mi juicio este texto es valioso? Porque propone volver a aquellos principios básicos que siempre caracterizaron a la derecha liberal y doctrinaria. El Manifiesto rescata y desempolva los conceptos de humildad republicana, buen gobierno, ciudadanía, republicanismo, deberes sociales como contrapartida a los pretendidos derechos sociales, reivindicación a la ganancia legítima y defensa de los más débiles, fundada en la primacía de la sociedad civil pero sin desconocer que el concepto de nación se forjó sobre la base del Estado. Bien para una derecha que solo tuvo, por décadas, una visión mercantilista de la sociedad, que escribía más en tablas de Excel que en Word.

Ninguna de estas ideas son precisamente nuevas, y ahí es donde radica su principal encanto. Volver a ellas es una buena idea porque se trata de ideas probadas. Lo que plantea el texto, así, no difiere sustancialmente de ese tipo de derecha que en 1993 Allamand denominaba “derecha moderna”, y que corresponde a lo que algunos sostenemos deben ser las bases de la derecha del siglo XXI, esa que desde la vocación de mayoría sea capaz de prescindir de los Poderes Fácticos, de los mercaderes que abusan del mercado y de la simple defensa de intereses de unos pocos.

Lo novedoso es el quiebre que se hace con una visión decimonónica que primó en la derecha por años. Como movimiento de ideas hoy parece haber asumido, sobre estas bases, estamos llamados a construir un movimiento social con vocación mayoritaria, que altere esa errada percepción de que Chile es un país ideológicamente de izquierdas. Por cierto, ello se contrapone a cierta errada idea, sustentada por algunos desde fines de los 80, que veía a la derecha como un simple movimiento influyente de minoría, y que se escudaba en el binominal, en el cuoteo y en el refugio de los grupos fácticos como la iglesia Católica o los empresarios.

Para conseguir aquello, un punto importante de partida es, forzosamente, abandonar la teoría del “ojo de la aguja”, alertada por el propio Allamand hace 24 años: ampliar la derecha supone no volver a exigir a sus integrantes una especie de “pureza ideológica” como muchos exigieron, consistente en poseer “ancestros conservadores o liberales, haber militado en el Partido Nacional” o haber apoyado “siempre y en todas circunstancias” a la dictadura militar. Al contrario, más que la visión sobre el pasado, debemos unir a quienes convergemos en una visión común una misma concepción sobre el país que queremos, basado en la justicia, la libertad y el compromiso irrestricto con los derechos humanos y la democracia.

Sin duda el éxito de este texto es que promueve un cambio de paradigma que supera al cosismo. No es posible pensar seriamente que a las consignas haya que oponerles mejores consignas, más marketeras y efectivas, pues eso solo demostró facetas livianas que no resultan creíbles en la derecha. Cuando a a consignas como “el pueblo unido jamás será vencido” o “fin al lucro” se intentó contraponer otras como “viva el cambio” y “el gobierno de los mejores”, el resultado fue el ya conocido: la izquierda nos derrotó en cancha política.

La necesaria defensa de las ideas de derecha que el texto promueve - al fin, diríamos algunos - consiste en que ante ideologías abstractas o pasiones desbordadas antepongamos ideales concretos y no solo marketing.

En suma, es una necesaria reflexión. Un buen punto de partida. Esperemos que desde ella la centro-derecha efectúe el necesario proceso de reencantarse consigo misma y con sus ideas políticas, y no quedarse en la peligrosa trilogía del apoliticismo, el caudillismo y la tecnocracia que tanto daño le provocaron en su proceso de renovación.

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