Este será un marzo que a nivel planetario no olvidaremos y del que, por ahora, tenemos la esperanza de sobrevivir. Con la pandemia en ciernes y la auto confinación preventiva, es aún más importante preguntarse si realmente como nación podremos asegurar la alimentación, salud y habitación del 100% de nuestros compatriotas, cuando la confinación deba ser obligatoria.
Es un hecho que esta pandemia es desastrosa. Pero con su mismo poder de expansión, se ha instalado con fuerza la demanda de un cambio sociocultural inmediato, que implique importantes modificaciones estructurales y socioculturales. Ya no basta con ser occidentales, sino que debemos también ser orientales, ser de todos lados. La pandemia, de una forma casi obligatoria también es milagrosa, nos hace pensar en el otro, nos motiva a actuar en colectivo, y a entender - casi a la fuerza - que de otro modo solos seremos más débiles.
Por ello, desde mi mirada de ciudadana de todas partes, me permito revisar algunos aspectos que considero trascendentales a cambiar, develándose como cambios socioculturales relevantes para la sostenibilidad de nuestro país.
Primero, el tremendo valor de la Ciencia y la Tecnología como pilares fundamentales del bienestar humano y ambiental. Con la pandemia observamos que hay países que invierten en estas disciplinas como una prioridad y que nosotros solo somos consumidores de la esperanza de bienestar. Como bien señala un “meme” que circula estos días por redes sociales, ya no es sustentable invertir en torneos mundiales de fútbol si no invertimos lo mismo en Ciencia, Tecnología y Medioambiente. Esto es un imperativo de país.
Segundo, la importancia de repartir con equidad la riqueza. Por estos días se produce más riqueza de la que se consume para generar un aumento de valor por lo producido. Los que tenemos un trabajo que nos permite generar ese valor, mes a mes nos esforzamos y “nos hacemos las monedas para parar la olla, ser felices y dignos”. Pero ¿es justo lo ganado?
La pandemia nos ha mostrado que no todos contamos con el dinero o el trabajo para poder abastecernos en el supermercado, menos para comprar el examen de COVID-19, que por lo demás, solo se cobra en nuestro país.
De hecho, las escuelas y jardines infantiles deben seguir dando comida a los estudiantes e infantes de familias más pobres. ¿Cuántos ejemplos más debemos poner sobre la mesa para poder palpar las huellas de desigualdad social que hay en la distribución de la riqueza en nuestro país? El reparto con equidad es un cambio estructural de fuerza mayor.
Tercero, la importancia de valorar nuestras fuentes de recursos naturales. Es tanta la demanda por competir con bienes y servicio en el mercado internacional que muchas veces “vendemos la casa, sin preguntarle a los que habitan en ella”. No niego el intercambio, pero sí es de altísimo valor poder recuperar el control de nuestros recursos naturales. Especialmente pensando en nuestras generaciones futuras.
Por ejemplo, somos el único país del mundo que no administra su agua, un recurso que en estos días resulta vital para evitar la propagación de esta enfermedad. Recuperarla se hace cada vez más urgente.
Cuarto, pero no menos importante, el valor de la democracia y la política en cuanto a lo global y lo colectivo.
Este cambio es el más complejo. La experiencia acumulada sobre la construcción de la República, en la idea de una gobernanza fuerte, está obsoleta. Primero con el estallido social y ahora con la pandemia, hemos visto que la transparencia y la rendición de cuentas “la llevan”.
Las mesas técnicas y las comisiones para la toma de decisiones, tan criticadas a la presidenta Bachelet, se han visibilizado como medios para levantar las voces del pueblo y también para hacer la labor educativa a una ciudadanía que pide un nuevo contrato social, exigiendo una rendición de cuentas ya no “con manzanas, ni ejemplos infantilizados”. Solo ello posibilitará una convivencia pacífica.
Quinto, el valor de lo diverso y lo inclusivo en la construcción de la ciudadanía. Los últimos sucesos nos muestran que cada persona se construye mediada por su entorno, su historia y lo que impone la cultura global. Por eso no resulta fácil la socialización y la autorregulación respecto del respeto a las diversidades, lo inclusivo y el nuevo actuar social.
Por más que se desee el cambio, tengamos los recursos y las estructuras para posibilitar las nuevas construcciones sociales, dependemos de la voluntad personal. Este momento mundial y nacional nos introduce en un refugio donde debemos pensarnos y pensar en la otredad, evaluando qué es lo útil, de lo superfluo para la sobrevivencia.
El cambio es imperativo y no nos damos cuenta de que estamos pisando la historia mientras esta sucede. No podemos soslayar nuestras incapacidades para proteger la niñez y sus derechos y ahora, más que nunca, debemos preservar el buen vivir de nuestros ancianos.
¿Existe la voluntad?¿Nos pasará la cuenta los años ignorando nuestra educación cívica, el valor del acceso libre a la cultura, a la salud y a tantas otras disciplinas y derechos básicos que nos permiten crecer como sociedad?
Salir victoriosos de este refugio dependerá de que de una vez por todas nos decidamos a actuar en un colectivo, sin más diferencias. Al tomarnos la temperatura, debemos estar bien no sólo como país, sino que frente a los demás.
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