¿Guerra contra el proletariado de harapos?

Nos han pedido desde palacio que nos sumemos a una guerra contra el lumpenproletariat, vale decir, contra un grupo de marginados que subsisten a través de la criminalidad. 

Muchos están de acuerdo con esta invitación; en los días críticos que hemos vivido, no fueron pocos quienes prepararon sus armas o derechamente esperaron que las fuerzas de orden acribillaran al lumpen a balazos. 

A este enfrentamiento armado se le llama guerra, y se la presenta como la condición para poder instaurar la paz.  Pero hay una forma alternativa de llegar a la paz; es el camino largo, sin duda, y cuando los incendios y el pillaje  nos intimidan,  elegir un camino que puede tardar décadas nos parece absurdo. 

Es más fácil decidir eliminar al lumpen a balazos, aun desconociendo temerariamente el poder de sus propias armas, un poder que ya se ha insinuado en estos días.

Podemos elegir los caminos de la paz.  Uno de ellos es el que estamos viendo; por primera vez los automovilistas  han abierto las puertas de sus vehículos para trasladar sin cobro a cansados transeúntes, mientras otros, armados con palas y escobas, limpian las estaciones del tren metropolitano, admitiendo que ese gesto de limpiar es  el símbolo de agradecer a un medio de transporte que les ha servido por décadas. Servir y agradecer.

Estamos frente a Ayni y a Ayllu.   En la cosmovisión de los pueblos originarios andinos, Ayni es un concepto que tiene como principios básicos la red de  ayuda mutua, en cuyo interior reinan la cooperación, el diálogo, la complementariedad, el respeto, la responsabilidad, el entusiasmo, el trato equivalente, la solidaridad; y ayllu es la base del trabajo comunitario,  el “presta manos”, el respeto, la redistribución o principio de la equidad, según el cual al que tiene menos se le debe dar con mayor generosidad. 

Quizá tardemos años en despertar en muchos chilenos esta conciencia colaborativa, pero debemos creer que ello es posible porque dicha cosmovisión duerme en nuestros genes y son las situaciones límites quienes la despiertan.  Solo desde la consciencia de cooperación y de redistribución equitativa acabaremos con los marginados, “el lumpen”.

Y hay otro camino, que debemos iniciar hoy sin más tardanza, es el camino de la educación. Y no hablo de educar a nuestros niños, que ya vienen educados para la paz desde antes de nacer, sino educar a los adultos que se dicen educadores y que conviven con los niños desde que estos están en el útero. 

Son los adultos quienes  deberán aprender  una nueva forma de educar, que los legitime frente a los niños y anime a estos imitar  a ese adulto en vez de desdeñarlo u odiarlo desde  el recelo y la desconfianza.

Más del 70% de los  niños declara ser maltratado en casa y/o en la escuela. El maltrato temprano genera rabia, alimenta la venganza y arruina toda empatía. 

Más del 80% de ellos va a exteriorizar su rabia años más tarde siguiendo a los líderes del vandalismo. Serán los adolescentes que vimos incendiando mobiliario público y dañando para devolver la mano a quienes les dañaron.

Y en otros hay otras rabias, alimentadas por la inequidad, la indiferencia y la mofa de muchos. 

¿Quiénes son sus líderes?  Desde la psiquiatría les llamamos trastorno disocial, desde la neurobiología son cerebros tempranamente  dañados por la sumatoria de vulneración grave, abuso, total negligencia, acción de  toxinas pre y pos natales, consumo temprano de  drogas. 

Deberemos comenzar a educar a los adultos para que los próximos niños que nazcan en Chile  vengan programados para la paz y  crezcan en ambientes que preserven su inclinación natural hacia la paz.

Deberemos educar a todos quienes creen estar “formando” a la niñez y solo la están sometiendo. 

Vamos a tardar unas dos generaciones; quizá quienes somos adultos no veremos el surgimiento de una generación nueva, pero no importa. Empecemos a trabajar hoy, desde la consciencia y el compromiso  y no desde  la guerra.  

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