La dependencia mediática

Hace pocos días un diputado decía que A era muy buen candidato y que B sería un gran Presidente, con este ingenioso artificio "dialéctico" se puede lograr un efecto espectacular, no quedar mal con nadie, aparentar una opinión sin asumirla, presentarse como docto analista sin jugarse por opción alguna.

A tal punto llega este ocultamiento de las posiciones de cada cual que la derecha votó a favor de una reforma tributaria a la que siempre se opuso y diputados suyos dicen apoyar la gratuidad de la educación superior que nunca han respaldado.

Este hábito de camuflaje forma parte de un fenómeno más amplio, que se viene practicando hace ya rato en la política nacional: se trata de "poner huevitos en todas las canastas", de entender la acción política como una simulación para engañar y un oficio para lucrar, aunque haya que estirar el "verso" en inverosímiles ejercicios retóricos, que permitan estar con dios y con el diablo, para obtener una buena mascada personal.

Asimismo, se entronizó el hábito de considerar que "otros" son los "políticos", son terceros execrables y pestilentes; nunca será el propio declarante aunque sea parlamentario por varios periodos o funcionario público de larga data o incluso dirigente de una organización política, hoy se hace un esfuerzo sin precedentes para eludir lo que cada vocero o interlocutor es y presentarse como lo que no es.

Se llega a grados increíbles para huir de la fisonomía de cada cual y alcanzar algún grano de popularidad. Es la dependencia mediática. Se cae en la disociación de pretender ser lo que no se es para figurar. De esa manera conocer la identidad real, política y de ideas, de diversos actores para la ciudadanía se hace imposible. Se llega a dar el caso de personas que aspiran a las más altas responsabilidades en el Estado sin posiciones políticas en materias estratégicas de interés nacional.

Esta es una de las causas que han llevado al descrédito de la política y a la desconfianza ciudadana, la razón es simple: se nota mucho que para evitar una posición hay quienes se sientan en la silla que le coloquen, la de acá, la de allá y la de más allá, junto a frases grandilocuentes que tratan de excusar faltas a la probidad y la transparencia.

Al repetirse este actuar se desploma la confianza ciudadana y la política se va deteriorando, perdiendo contenido y pasa a ser una simple acumulación de ambiciones personales. Hay casos en que la sola popularidad pareciera permitir a algunos dar cátedra y descalificar a los demás, sobretodo si quienes son atacados tienen una larga trayectoria pública.

Esta es una enfermedad que afecta el sentido mismo de la política, pues se radica en el centro de su "sistema inmunológico" descalcificando principios, vaciando valores, creciendo la mediocridad, la deshonestidad y se reemplazan las lealtades fraternales por obtusas incondicionalidades, originadas en cargos e intereses que son el inicio de conductas que se malean y de asociaciones o corruptelas a las que no importan las consecuencias de sus acomodos personales.

Hay muchos que "ideologizan" la crisis de legitimidad que atraviesa el sistema político del país, buscando explicaciones de todo tipo, incluso de concepciones generacionales, pero se elude lo obvio y evidente que no es otra cosa que el duro malestar provocado por los incesantes hechos de corrupción y malas prácticas, boletas truchas por enormes sumas y jubilazos millonarios, licitaciones amañadas, carretes y turismo pagado por los municipios, hechos que muestran oportunismo y falta de escrúpulos que dañan a diario la autoridad, basada en la legitimidad, que debe mantener el régimen democrático ante la ciudadanía.

La gente sabe que ni la desigualdad social ni la concentración económica, como tampoco los cambios constitucionales, u otros objetivos que se deban resolver en el país se podrán solucionar debidamente si la política se ha desplomado, carente de fuerza hegemónica ante el poder del dinero y anulada por las malas prácticas de quiénes se dedican a ella. Este es el centro del problema del que hay que hacerse cargo, si se quiere que la gente vuelva a participar y a votar.

Además, se advierte que el fenómeno de farandulización de la política ha ido mucho más allá de lo que se piensa habitualmente, ganando terreno a costa del sentido mismo del debate público en democracia. Existen altos "dignatarios" en cuyas conductas se hace evidente la afición por el show mediático y no por los contenidos o las opciones que tiene el país.

Ello confirma que estamos en un ciclo de menores perspectivas, sujeto al síndrome de dependencia comunicacional que empapa los comportamientos individuales, los que se separan de su ethos o familia política para depender solo de su eco mediático en una lucha de presencias personales lejana de los basamentos originarios de los compromisos partidarios de los diferentes actores del "acontecer nacional".

De seguir por este camino, de ataques vulgares y broncas de patotas, cada vez será más difícil que la política se relegitime y vuelva a orientar y presidir los grandes destinos del país, como gustaban decir diferentes tribunos del Parlamento, claro que en otra etapa de la vida republicana de Chile.

Hay que rechazar a quienes ensucian y emporcan el debate público, demandando de las fuerzas políticas, de aquellos Partidos de larga y auténtica tradición nacional, una respuesta a tanto despropósito, con vistas a reinstalar opciones de país que efectivamente se dirijan a dar respuesta a los desafíos de fondo que hoy tiene Chile.

El reclamo ciudadano se puede y debe responder escuchando, recogiendo opiniones, insertándolas en propuestas de sociedad, con miradas que unan el corto con el largo plazo, que superen la intrascendencia y que circulen sobrepasando la dependencia mediática, para lograr reagrupar las mayorías nacionales que son, en definitiva, las llamadas a viabilizar las reformas que están planteadas en el país. La conclusión es clara: la democracia exige más.

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