La espada de Damocles

La elección del pasado domingo terminó por confirmar lo que cualquier chileno de sano juicio era capaz de adelantar: el país clama por un giro radical en su conducción. Nadie puede negar que el Presidente electo, José Antonio Kast, se ubica en las antípodas políticas de quienes se sientan hoy en La Moneda, como tampoco nadie podrá eludir que fue la seguridad uno de los pilares del aquel contraste. En este sentido, sencillamente los electores confiaron más en las capacidades de la carta del Partido Republicano para enfrentar esta crisis, que en las promesas de la candidata del continuismo.

Sin embargo, ahora que el balotaje es parte de la historia, conviene comenzar a enfocarse en el futuro. En otras palabras, el desafío de Kast hoy es prepararse para cumplir las expectativas de una ciudadanía cuya pulsión por ver resueltas sus demandas ha aumentado de manera proporcionalmente inversa a lo que es su paciencia.

Por fortuna, las señales que se han dado en los últimos días dan cuenta que hay claridad respecto a este panorama. La invitación realizada a distintos cuadros técnicos para que integren los equipos de trabajo es una nota de esperanza. No hay tiempo que perder y creo que eso desde el comando lo tienen claro.

Pese a esto, no es posible obviar que hay un fantasma que recorre Chile. Al menos lo hace en los murmullos y conversaciones políticas que se desarrollan en pasillos y salas de reunión de todo tipo. Una amenaza que se alza cual espada de Damocles sobre el futuro de quienes ostentarán el poder por los próximos cuatro años: ¿Qué ocurrirá con la calle?

Con esto último no me refiero al pueblo de Chile, sino a ese cúmulo de grupos y organizaciones cuya representación si bien es muy baja, como ha quedado demostrado en todas las elecciones de los últimos cuatro años, se caracterizan por no tener escrúpulos a la hora de intentar imponer su agenda a través de la violencia. Lo más peligroso, es que la historia reciente nos ha demostrado que hay muchas figuras políticas que se dicen moderadas, pero que no tienen problemas en justificar o bajarle el perfil a esta violencia con tal de llevar agua a su molino.

Es por esto que considero fundamental comenzar a obtener lineamientos en torno a cuál será el plan en orden público de la futura administración. Lo anterior en tanto, aunque no se ha reportado con el suficiente énfasis, la calle sí ha comenzado a reactivarse. Tan solo en el último semestre han ocurrido más de 70 eventos violentos graves relacionados a los estudiantes secundarios de liceos emblemáticos, esto es un promedio de prácticamente cuatro eventos de este tipo a la semana. Y no me refiero a actos como simples protestas y manifestaciones, sino a interrupciones del tránsito, a enfrentamientos con Carabineros (con bombas molotov y fuegos artificiales), a la instalación de barricadas, a la evasión masiva del pago del pasaje en el Metro y al ataque con golpes a los propios profesores e inspectores de estos establecimientos, algunos de los cuales han sido rociados con bencina y amenazados de muerte.

Frente a este panorama existe la duda de si quienes hoy gozan de rimbombantes cargos en el Poder Ejecutivo, una vez sean despojados de sus títulos y sueldos, volverán o no a caer en la tentación de las consignas y la demagogia. La promesa de una oposición honesta es aún una profecía por cumplir y yo preferiría ser escéptico y estar preparado para el momento en que, una vez más, los voceros de la izquierda quieran jugar al borde o llanamente fuera del orden constitucional.

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