La movilización social y el 25 de octubre

De manera tan impredecible como inexplicable, el presidente anuncia que realizará un discurso con motivo del primer aniversario del estallido social del 18 de octubre.

Como si pretendiera hacerse parte activa de un movimiento que, ente otros actores, sindica a su propio gobierno como uno de los principales responsables de movimiento que comenzó el 18 de octubre de 2019, el mandatario aspira a entregar un mensaje para promover la paz social en las vísperas del plebiscito de entrada al proceso constituyente.

En efecto, una intervención del Presidente solo se justificaría si en ella reconociera las graves violaciones a los Derechos Humanos ocurridas a manos de agentes del Estado durante el último año y si admitiera el conjunto de errores -comunicacionales, políticos y estratégicos - en los que incurrió el gobierno para frenar una movilización social que, en la práctica, se escapó de las manos de las autoridades desde el primer día.

Tal escenario se vio agravado desde marzo de este año con la irrupción del Covid-19 que, hasta hoy, ha puesto en riesgo la salud y alterado nuestra cotidianidad de manera sustancial. Adicionalmente, la gestión sanitaria de la pandemia ha sido, cuando menos, cuestionable.

La paz social a la que aspira el presidente se parece demasiado a un silencio resignado de parte de la población respecto del quehacer del gobierno. Y, aunque afirmarlo parezca de perogrullo, una situación de paz efectiva no se logra diciendo una cosa y haciendo otra.

No se logró ni con la represión policial, ni con proyectos de ley incompletos, ni culpando a presuntos extranjeros ni endosando responsabilidades al Congreso. A la paz social no se llega privilegiando a las empresas por sobre la salud y la economía de los trabajadores, ni ofreciendo cajas de mercadería, ingresos de emergencia precarios o créditos inalcanzable para las Pymes.

Estamos a un año del estallido social y a una semana del plebiscito de entrada al proceso constituyente. El ruido ensordecedor de la protesta que el presidente pretende acallar con un nuevo discurso, encontrará una pausa natural en el silencio de las mesas de votación, donde millones de chilenos y chilenas decidirán sobre su futuro.

Es cierto. También hay grupos a los que no les interesa el plebiscito ni el cambio. Y en esta posición no se encuentran exclusivamente los defensores de la constitución del 80. Paradójicamente, comparten espacio con quienes, producto del desencanto y la frustración, no confían en que el sistema democrático vigente pueda dar respuestas a sus demandas. Es allí donde hay que buscar las raíces de la violencia, condenable en todas sus expresiones, pero cuyo control requiere de una comprensión cabal de las razones que la impulsan.

No obstante, una importante mayoría de chilenos tiene claro que el día 25 de octubre se juegan cuestiones trascendentales y que los meses siguientes serán definitorios y marcarán el comienzo de una nueva etapa en la relación que existe entre la ciudadanía y la política.

Porque los chilenos pueden estar molestos con los políticos y con la manera en que se hace política, pero la POLITICA -así, con mayúsculas- les interesa. De lo contrario no saldrían por millones a las calles a protestar por un cambio en los paradigmas sobre los que se ha sostenido la sociedad chilena durante los últimos 30 años.

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