La peor oposición de la historia de Chile

En estas elecciones, como en cualquier otra, no solo están en juego los cargos que puedan resultar electos, sino que también la forma que toma el sistema político de nuestro país y los discursos y proyectos que levantan los diferentes sectores. Así podemos ver qué partidos logran permear con sus ideas, cuáles son las candidaturas presidenciales que se perfilan de mejor manera para el próximo año y qué partidos logran mayor hegemonía en sus sectores. En este sentido, en el escenario general vemos un oficialismo ordenado y cohesionado para enfrentar las elecciones y una oposición que enfrenta el desafío de superar sus divisiones y articular un proyecto político coherente.

En una democracia, la responsabilidad de estar en el gobierno entrega la posibilidad de ejecutar y concretar tus propuestas pero la necesidad de lograr acuerdos limita la profundización de tu discurso y tus ideas. Al contrario, si bien desde la oposición es más difícil llevar a cabo gestiones concretas, sí se facilita la tarea de construir ideas y profundizar el proyecto político, y en esto la oposición en Chile está al debe.

Además de criticar al gobierno, pareciera que la oposición unifica su discurso en torno a dos ejes: Pretender resolver los problemas de seguridad con ''mano dura'' y más efectivos en las calles, olvidando medidas claves como mejorar la inteligencia para seguir la ruta del dinero y obviando el rol que cumplen las artes, la cultura y el deporte en la recuperación de espacios públicos. El segundo eje tiene un discurso más heterogéneo, pero encuentra un origen común en la borrachera de los fracasos constitucionales que aseguran la continuidad de la Constitución de la dictadura, y que ha llevado a la derecha a pensar que Chile es un país abiertamente pinochetista en el que las familias se entretienen los fines de semana asistiendo a carreras de galgos, que las disidencias sexuales están mal y que de la pedofilia de Macaya es mejor callar, o que la única manera de mejorar la economía es permitiendo que las empresas extranjeras se lleven nuestros recursos naturales sin siquiera pagar impuestos.

Como proyecto político para ofrecer al país, ésta es una propuesta débil y demuestra una gran deuda de parte de la oposición. Por eso llama la atención que este marco discursivo logre agrupar a tantos sectores políticos que a pesar de tener un aparente acuerdo, enfrentan las actuales elecciones en una amplia división de listas y candidaturas que vale la pena mirar con atención para tener algunas luces de cómo se va a reordenar el naipe en la derecha en los próximos meses.

Si bien el voto obligatorio agrega altas dosis de incertidumbre a cualquier proyección, es de esperar que la gran contienda dentro de la derecha se dé entre el Partido Republicano y Chile Vamos, pero antes revisemos la dispersión que hay por fuera de estas dos fuerzas. El PDG se resiste a desaparecer presentando candidaturas que hasta ahora no parecen tener relevancia, a tono con la caída libre que experimenta el partido luego de perder a toda su bancada de diputados electos, quienes terminaron por abandonar el partido sumado a un rotundo fracaso en la elección de consejeros constitucionales del año pasado, que llevó a su líder -Franco Parisi- a abandonar el país antes de conocer los resultados. Tenemos también los descuelgues por derecha de la DC, Amarillos y Demócratas, que tras adjudicarse la victoria del Rechazo de la primera propuesta constitucional, se autoasignaron la representación de las mayorías ciudadanas en dos partidos que, para no terminar de caer en la irrelevancia, ahora enfrentan unidos las elecciones intentando salvar los muebles a la vez que hacen gala de incompetencia inscribiendo mal a todas sus candidaturas en la Región Metropolitana. Por su parte, el Partido Social Cristiano busca salir de la Región del Biobío, debatiéndose entre representar al pueblo evangélico y una versión en esteroides de los delirios del Partido Republicano.

A estos tres sectores de la derecha, podemos sumar al descuelgue del Partido Liberal y el FRVS de la alianza oficialista en la elección de gobernadores regionales, para presentar un par de candidaturas testimoniales. Por el bien de la democracia y el sistema político chileno, es de esperar que estas fuerzas logren en el corto plazo constituir proyectos políticos robustos o bien sumarse a otros esfuerzo que aporten a establecer un tablero político capaz de ofrecer proyectos de país viables a la ciudadanía.

Donde sí recae una gran responsabilidad es sobre Chile Vamos, que agrupando a RN, UDI y Evópoli ya ha gobernado dos veces el país, pero hoy se ve arrinconado por una compleja trama de corrupción que tiene como epicentro el celular de Hermosilla, abogado de Chadwick, como uno de las principales figuras de los dos gobiernos de Piñera, pero que ya tenía una larga vinculación con este sector contando por ejemplo con la defensa de Spiniak y personeros de la UDI involucrados en casos de pedofilia.

Y ante situaciones críticas se toman medidas desesperadas, como utilizar una universidad para financiar campañas políticas, como se ha visto con Cubillos los últimos días, pero también movilizando cantidades de militantes a comunas pequeñas que hoy tienen más electores que habitantes, como el caso de Sierra Gorda, donde aparecieron varias figuras de RN vinculadas a la senadora Paulina Núñez haciendo crecer el padrón electoral al nivel de duplicar la cantidad de habitantes del municipio. Difícil panorama para la candidata Evelyn Matthei, que tiene a su sector más preocupado de desviar la atención que acaparan sus militantes que de pensar en un proyecto para el país.

Pareciera que el único sector de la oposición que puede mirar con algo de optimismo el futuro es el Partido Republicano, que tras un buen desempeño electoral en las últimas elecciones presidenciales y de consejeros constitucionales, enfrenta su primer desafío municipal con la posibilidad cierta de aumentar considerablemente su presencia territorial a través de concejales, cores y alcaldes. La pregunta aquí es qué será de este partido el día después de las elecciones, pues han basado su éxito discursivo en una disciplinada capacidad de guardar silencio ante cada situación que los pueda complicar, como fue el caso del diputado Urruticoechea robando bencina para sus familiares, que era pagada con fondos públicos; o el caso del diputado Ojeda, que tras verse acorralado como imputado en el caso Convenios, destruyó su celular antes de entregarlo a la PDI echándole la culpa a su hijo de tres años.

Al tener una cantidad acotada de vocerías, el Partido Republicano ha podido guardar silencio ante estos casos, pero cuando ha diversificado sus vocerías, impulsos termocéfalos como el de la Juventud Republicana venerando los robos, asesinatos y violaciones de la dictadura de Pinochet le hacen un flaco favor a su partido y sus pretensiones de gobernar Chile. Es de esperar que su inminente éxito en las próximas elecciones termine por multiplicar estas poco inteligentes salidas de libreto, constituyendo en el mediano plazo un dolor de cabeza para el eterno candidato Kast.

En resumen, la oposición ha perdido durante tres años sus posibilidades de ofrecer un proyecto político y dado el actual panorama electoral, no parece haber espacio para un cambio de timón que les haga replantear una estrategia que piense en Chile, su futuro y su gente. Desde la otra vereda podríamos simplemente celebrar este desorden y verlo como una oportunidad, pero más allá de los cálculos electorales la democracia funciona bien cuando los diferentes sectores políticos tienen algo que ofrecer, y ese no es el caso chileno debido a una de las peores oposiciones que se han visto en la historia de nuestro país.

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