Probablemente nadie haya definido tan bella y lúcidamente el concepto de revolución como Fidel Castro, en su discurso del 1 de mayo de 2000:
"Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo"
La importancia de esta definición, dada por el representante más visible de la revolución en el siglo XX, es que la define como un imperativo moral, una posición ética y una cuestión valórica donde su centro está en la verdad, la justicia, las libertades y la igualdad plenas.
Nada más lejano al ejercicio de la fuerza de las armas, esta vez en manos de los pueblos y no de las oligarquías; nada que se parezca al ejercicio de la violencia para alcanzar el poder del Estado. Por ello la definición de revolución que nos ofrece Fidel supone esencialmente una transformación cultural, la construcción del hombre-mujer nuevo/a.
Durante décadas la revolución se asoció a formas de violencia para asumir el poder del Estado y, desde este, provocar las transformaciones esperadas y necesitadas por los pueblos. No ha desaparecido, sino que se ha fortalecido un modelo de explotación de las clases trabajadoras y de los oprimidos/as, basadas en el saqueo, la exclusión y la destrucción de la naturaleza, además de que siguen vigentes los niveles de desigualdad e injusticia, es más, parecen haberse complejizado con los tiempos con la consolidación y el triunfo la cultura del egoísmo, del consumo, de los movimientos ultra conservadores, de las iglesias neo-pentecostales y la teología de la prosperidad.
Lo anteriormente expresado hace que la revolución mantenga su vigencia y necesidad, pero hoy desde una nueva mirada.
Creemos que hoy la revolución explora campos diversos que ya no tienen relación con la lucha armada, los movimientos guerrilleros y rebeliones sociales. Apunta más bien hacia temas introspectivos del ser humano: su espiritualidad, los valores morales y éticos del individuo y las comunidades, otras formas de economía, esta vez solidaria, a escala humana, y con fundamento en temáticas ambientales-ecológicas, como uno de los principal problemas humanos que es necesario resolver para la protección de "la casa común". Ya que ésta no será tal si no trae estrictamente asociada a ella como objetivo central la liberación integral de las personas y de la humanidad. Esto tendrá que darse en el marco de un profundo respeto por la diversidad de pensamiento y las diferencias culturales, por el reconocimiento de las comunidades y los pueblos, así como en estricto respeto de los derechos humanos.
Creemos que la revolución supone democracia política, material y sustantiva. Priorizar como Estado y comunidad, dentro de la realidad específica de cada una de ellas, la solución a los problemas de alimentación, salud, educación, vivienda y seguridad social.
Creemos que la revolución supone la educación, la concientización política (del modo que nos propone Paulo Freire), y que esta es una condición esencial del triunfo de cualquier proyecto revolucionario.
Hay que superar los errores de procesos, llamémoslos progresistas no revolucionarios, que creyeron que sólo impulsando una política social de avanzada, que sacara de la pobreza extrema a millones de personas, lograrían la conciencia política, el compromiso de los más pobres y oprimidos. Según Frei Betto, estos gobiernos progresistas más que formar ciudadanos, crearon consumidores, y estos actuaron políticamente como tales. Imitaron no solo las pautas de consumo de las capas medias, sino también sus orientaciones políticas.
Finalmente, creemos que revolución se funda en el poder de la desobediencia civil y de la no-violencia activa, la que requiere de fuerza interior, reflexión, convicción, trabajo comunitario, unidad, organización, capacidad para saber cuándo avanzar, o retroceder y diálogo.
Si queremos una sociedad verdaderamente nueva no podemos emplear los mismos valores y metodologías que utiliza el sistema contra el que luchamos. Al contrario, la acción en sí misma debe contener ya las semillas de ese mundo nuevo al que aspiramos. Por eso la no-violencia es revolucionaria, aspira a cambiar no sólo situaciones concretas, sino también la mentalidad violenta y sus valores que subyacen a las injusticias de nuestra sociedad. Como dijo alguna vez Mohandas Karamchad Gandhi, "sé tú el cambio que quieres ver en el mundo".
En este mundo los poderosos han desatado una guerra cultural, social, política, comunicacional y militar contra los pueblos que buscan su liberación mediante el reconocimiento de su autonomía y autodeterminación. Esto, entre otras cosas, se expresa cuando una gran mayoría de los gobiernos son cómplices de esta política y hacen muy poco para detenerla; cuando los especuladores se enriquecen a costa de los pueblos; cuando las únicas inversiones se hacen solo sobre la base de la rentabilidad y el lucro, sin considerar la necesaria satisfacción de las necesidades de las personas y las comunidades; cuando productos de primera necesidad como el agua, gas y electricidad son propiedad de unos pocos y se mercantiliza la salud, la educación la seguridad social. Es en este mismo mundo que acabamos de describir, donde la revolución, en los términos que la hemos definido y con las características que se proponen, es necesaria y está justificada moral y políticamente.
Esta es la revolución en la que creemos.
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