Nada es evidente

Curioso proceso electoral el que hemos vivido. Tras la primera vuelta, se impuso la idea que el país era progresista, que apoyaba a los candidatos de izquierda y centro izquierda a pesar de su fragmentación, que éramos el 55% y que la derecha difícilmente llegaría al 45%. Piñera tiene un techo duro, afirmaban sesudos analistas.

Esto llevó impensadamente a un entusiasmado gobierno a quemar las naves en el apoyo al candidato que implicaba la continuidad de su legado reformista y a una confianza irreflexiva en el triunfo, que incluso llevó a algunos a probarse los impecables ternos negros para la ceremonia ministerial.

En la segunda vuelta, sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario de lo previsto: el candidato de la derecha se empinó en torno al 55% y el de la centroizquierda por primera vez en la historia de la democracia recuperada a duras penas alcanzó el 45%. ¿Qué pasó?

Si te alejas te mato, si te acercas te mueres. Así resumió Gonzalo Cordero la obligada y fatal relación que tuvo que establecer el candidato Guillier con el Frente Amplio.

No podía dejar de buscar atraer a ese 20% que apoyó a Beatriz Sánchez ampliando el ofertón de gratuidades y condonaciones, agrediendo a los “poderosos de siempre” y reviviendo la improbable Asamblea Constituyente. Pero al hacerlo, provocó el espanto de una buena parte de los electores (y de medio millón de no-electores de primera vuelta) que se fueron masivamente a respaldar a Piñera, no para defender “el modelo”, sino probablemente para evitar introducir mayores incertidumbres.

Guiller, a pesar de sus contradicciones, logró capturar buena parte del electorado del Frente Amplio, pero alejó al elector de centro, que históricamente se  había pronunciado mayoritariamente por la Concertación o la Nueva Mayoría.

Entonces queda en el aire no sólo la pregunta por lo que representan el PS y el PPD en la izquierda (ya que el Frente Amplio obtuvo el 20%) sino también la democracia cristiana.

Los sectores radicales de la DC que siempre estuvieron con Guiller y en contra de Carolina Goig, no resultaron ser a la postre un aporte electoral relevante. Sus votos son de izquierda y dejaron al elector moderado, de centro, esa llamada nueva clase media, abandonada en las redes aspiracionales de Piñera.

Sebastián Piñera por su parte, a pesar de los muchos errores no forzados que cometió,  jugó acertadamente sus cartas sumando las ofertas de Ossandón respecto de la gratuidad para la educación técnico-profesional y descartó de plano pasar la retroexcavadora a las reformas de Bachelet, tranquilizando así a ese electorado beneficiado por las reformas y que no desea poner en riesgo sus logros personales en un clima de polarización política.

Las izquierdas tendrán que animarse a emprender una larga marcha para comprender y conectarse con el Chile que emergió. Ya no bastarán las consignas contra el “modelo neoliberal” o la “Constitución de Pinochet”.

¿Qué piensan los siete millones de chilenos que no fueron a votar? ¿Puede la izquierda seguir despreciando, al modo de Nicolás Eyzaguirre, las aspiraciones de consumo y de progreso cultural y material de la mayoría de los chilenos?

Desde la política, lo más probable es que no se podrá reconstruir una coalición amplia en el corto plazo. La DC tiene que vivir profundos procesos de debate y buscar reconstruir su identidad y su poder político.

El Frente Amplio buscará institucionalizarse y marcar sus prioridades desde su presencia reforzada en el congreso nacional y en los movimientos sociales.

El PC tiene un difícil dilema, reforzar su alianza con el PS o girar hacia el FA.

El PS siente que tiene la responsabilidad de ser el eje de la rearticulación, pero la pregunta obvia es ¿de qué? ¿de la “alianza histórica” con la DC?, ¿de la unidad de la izquierda? Nada de lo que viene es evidente.

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