Posterior a la “vuelta a la normalidad” y “la batalla de Santiago”, el Minsal publicó, este lunes 11 de mayo, el informe epidemiológico número 16, desde que inició la pandemia del covid-19 en el país. En este contexto, y como se ha vuelto recurrente, el ministro de Salud Jaime Mañalich transmitió el reporte semanal del desarrollo de esta enfermedad, que no deja de ser alarmante, 31.721 contagiados y 1.658 nuevos casos. Esta situación se agrava 24 horas más tarde.
Las autoridades de salud informan que los contagiados han aumentado en 2.660 nuevos casos,1.002 más que el día anterior. En consecuencia, por la propagación del virus, se decreta cuarentena total para la RM. Esta región concentra el 85% de nuevos casos diarios.
Las cifras y números alarman. Pero cuando estas se transforman en rostros de carne y hueso, cuando representan comunidades y núcleos familiares directos, esa alarma se transforma en angustia, en incertidumbre, en frustración, pues somos nosotros y son nuestras vidas las que están en juego.
Al finalizar el reporte semanal, el ministro vuelve a recalcar que la responsabilidad recae en aquellos que no cumplen la cuarentena, en los que deciden salir de sus hogares e insiste en la explicación de medidas en torno al uso de mascarillas y lavado de manos.
No, señor ministro, ¡no! La decisión forzada, ante el desempleo y la precariedad laboral, a incumplir la cuarentena es responsabilidad del gobierno, por no establecer condiciones mínimas para enfrentar la pandemia.
Nos vemos enfrentados a conseguir un salvoconducto que ninguna autoridad revisa al entrar o salir de una comuna en cuarentena, para llevar sustento a nuestras familias. ¿Alguien se ha preocupado de fiscalizar si esos lugares cuentan con las medidas sanitarias?
Luego regresamos a nuestro hogar en un transporte que continúa aglomerado, a pesar del metro y medio de distancia que nos sugieren. Vendedores ambulantes que se atosigan entre ellos para intentar reunir un par de pesos, junto con adultos mayores, rememorando algún cassette de décadas pasadas, que intentan aumentar en algo su miserable pensión.
Aquella tensión entre el mejor sistema de salud del planeta y la movilización caótica emprendida el 18 de octubre relata que, esta última, ha construido un sostén ante el escenario de pandemia.
Principalmente, promueve la visualización de un otro, en este caso el gobierno: una clase política que funciona como adversario que no facilita la vida para los sectores más empobrecidos, sino que, aún más, la dificultad.
Esto se expresa en leyes que precarizan el mundo del trabajo. Las extensas filas en la AFC lo demuestran.
Tales leyes de “protección al empleo” fueron el preámbulo de una crisis sanitaria que se transforma en la prolongación de las grietas que manifiesta el Estallido Social.
Las políticas sociales que las y los chilenos esperamos para enfrentar la pandemia, no tienen la premura como otros proyectos del gobierno. Ejemplo de esto, es la reanudación de la Ley de Sala Cuna Universal y la Ley de Integración Social.
La arrogancia e intransigencia que vemos cada semana en los reportes de Mañalich, cuando se encuentra frente al país, caracteriza a la clase política. Refleja su desconexión con el resto de la población. Sin aquel 18 de octubre, la subjetividad de cientos de chilenos sería otra. Se podría enfocar en la culpa por no haber generado las condiciones para enfrentar esta crisis con nuestras propias manos, en la intimidad de nuestras vidas. En buena hora el antiguo Chile se sepultó, "los problemas en común, se resuelven en comunidad".
Hoy, la pandemia se intenta apaciguar con redes de abastecimiento en distintos territorios, entrega de suministros para trabajadores de la salud por parte de pobladores, ollas comunes, fotocopias solidarias y un sinnúmero de acciones, que reflejan que no es precisamente el Estado el que socorre a las y los postergados y excluidos. Es parte del problema.
Finalmente, se manifiesta la tensión entre aquellos que, a pesar de la crisis, continúan en su terquedad ideológica, en desmedro de lo que demanda Plaza Dignidad y cientos de territorios.
Esto se expresa en el discurso de Mañalich, que, en la vida del otro Chile, el nuestro, no tiene sentido. Estamos demasiado lejos de tener la mejor salud del planeta.
Queda al desnudo, en la denuncia de las y los trabajadores de la salud en estos últimos días, que con la pandemia se profundiza aún más la crisis que comenzó a fraguar en el Estallido Social por la urgencia de otro Chile.
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