O´Higgins en el bicentenario del Congreso Nacional

La visión profunda del Padre de la Patria era ya en 1811 que la revolución independentista solo sería posible si se incorporaba en ella al pueblo, se creaban órganos de representación popular y se generaban, al unísono, instituciones que dieran forma a un nuevo Estado.

La vida civil y política de Bernardo O´Higgins, antes que se iniciara la invasión española, en enero de 1813, lo mismo que la actividad agrícola desarrollada por él en su hacienda de San José de Las Canteras, han quedado ensombrecidas, especialmente en el siglo pasado, por la atención prestada por los especialistas a su participación en las acciones bélicas de la revolución independentista o a su comportamiento como Director Supremo.

Es una tendencia normal representarse el pasado bajo la determinación de ciertas categorías vigentes hoy.

O'Higgins no fue solo el Libertador Supremo o el insigne General de la libertad de Chile.

Valorados historiadores del siglo XX han restado importancia al Congreso de 1811 y a la participación de O’Higgins en él. No ha sucedido lo mismo con aquellos del siglo XIX que han sido los padres de nuestra historiografía.

En un momento fundacional de nuestra realidad como nación, en el sepelio de Bernardo O’Higgins Riquelme en el Cementerio General de Santiago, en 1869, Diego Barros Arana quiso llevar a la importante concurrencia que lo escuchaba a establecer la siguiente distinción:

“O’Higgins no fue solo el más valiente y el más entendido de nuestros guerreros; el glorioso derrotado de Rancagua y de Talcahuano, y el vencedor heroico del Roble y de Chacabuco; el Jefe Supremo del Estado, que con una constancia nunca desmentida y con una inteligencia superior organizó ejércitos y equipó escuadras para ir a arrojar de toda la América a sus antiguos opresores. ¡No! al lado de esos títulos, a la admiración y al reconocimiento de sus conciudadanos, O’Higgins puede exhibir otros, menos brillantes sin duda, pero que revelan que junto con el alma bien templada del soldado y del patriota poseía la cabeza del estadista y la mirada escrutadora del hombre que, en la dirección de los negocios públicos, se adelanta siempre a las preocupaciones de sus contemporáneos”.

Son estos títulos diferentes de que habla Barros Arana, los que se van gestando en el período que nos interesa.

El abogado e historiador Julio Heise ha develado el error de parte de la historiografía chilena del siglo pasado al igualar el proceso revolucionario chileno con el del resto de los países hispanoamericanos.

En estos, la emancipación y la lucha por la organización del Estado constituyeron dos etapas diferenciables, en que la segunda fue alcanzada a través de un largo y doloroso período de anarquía y de cruentas revoluciones.

En Chile, en cambio, entre 1810 y 1830, con las dificultades propias de las preocupaciones militares y de las faltas de experiencia y de cultura política, se afianzaron definitivamente conceptos como soberanía popular, gobierno republicano y representativo y otras nuevas tendencias e ideas, que se enfrentaron con la monarquía absoluta.

O'Higgins estableció un vínculo estrecho entre el proceso emancipador y la creación de la institución parlamentaria.

Congreso y no Cámara de Diputados porque la denominación diputado era usada como participio del verbo diputar, que significa “elegido como representante de una colectividad”. Es así como la convocatoria al Congreso Nacional, del 15 de diciembre de 1810 hace sinónimos a representante y diputado: “El Congreso es un cuerpo representante de todos los habitantes de este reino, i, para que esta representación sea la más perfecta posible, elegirán diputados los veinticinco partidos en que se halla dividido".

Lo claro, sin embargo, es que el Primer Congreso Nacional fue un órgano de diputados y solo con la Constitución de 1823, que promulga el propio Bernardo O’Higgins como Director Supremo, se crea el Congreso bicameral de diputados y senadores que está fuertemente enraizado en la historia institucional chilena.

A pesar de que la principal misión de la Junta de Gobierno de 1810 era convocar a un Congreso de representantes de todo el reino, ninguno de sus integrantes, ni siquiera el más independista, Juan Martínez de Rozas, consideraba necesario hacerlo pronto.

Bernardo O’Higgins era el único patriota que creía que mientras antes los diputados de cada partido (ciudad) iniciaran el ejercicio de la representación sería mejor para el objetivo independentista. Creía firmemente en la necesidad de formar, de culturizar, una élite política chilena que estuviera en grado de reemplazar el poder del reino y de sus representantes en América.

Por ello los dos temas en que más insistió el joven O’Higgins de regreso a Chile fueron en la libertad de comercio, que cortaba el cordón umbilical con el reino, y la creación de un Congreso de representantes que “democratizara” los primeros poderes que se instalaban en Chile.

Fue él quien convenció a Juan Martínez de Rozas a convocarlo y ello correspondía a uno de sus principios de derecho público dado que la idea de la representación de la soberanía nacional a través de un Congreso ya era parte de su cultura política formada, de una parte, en su relación intelectual con Francisco de Miranda y otros próceres independentistas que conoció en su estadía en Europa y con los cuales tuvo una temprana relación y, más en general, por el conocimiento que adquirió de las instituciones en la vieja Europa durante su estadía en Inglaterra y en España, como también en el contacto epistolar que mantuvo con el libertador Simón Bolívar y que se concretó en la convocatoria el Primer Congreso Anfictiónico en Diciembre de 1824, y realizado en Panamá en Junio de 1826, del primer Parlamento del continente latinoamericano.

O'Higgins, que no pudo participar personalmente, escribe a Bolívar en 1822 manifestando su total adhesión a la iniciativa.

Bernardo O’Higgins debe ser considerado el padre del primer Parlamento chileno y el impulsor de la institucionalidad parlamentaria en la naciente Latinoamérica que se liberaba de España.

Hay que abrir una ventana de investigación y reflexiones en torno al rol de O’Higgins como diputado, como político y no solo como genio militar y Director Supremo.

De hecho hay una extensa, y aún poco documentada, correspondencia del prócer chileno con sus congéneres independentistas de América Latina que revelan pensamientos profundos sobre la libertad, la representación popular, el rol del mundo indígena, los derechos de los nacientes ciudadanos, el laicismo en la relación del Estado, que muestran un O’Higgins más culto políticamente, más avanzado y progresista de lo que hasta ahora la historiografía ha mostrado.

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