Dicen que la memoria es como un mal amigo, de esos que fallan cuando más se les necesita. Y en estos tiempos en que la memoria se vuelve frágil y las historias se distorsionan a fuerza de simplificaciones, bien vale revisar ciertos episodios de la vida de Ricardo Lagos, como político en el mundo socialista y como impulsor de obras notables durante su gobierno, especialmente cuando algunos socialistas dudan de su adhesión al Partido y se suman, tal vez sin siquiera notarlo, a las estrategias de la oposición.
En los años 80, cuando los aparatos represivos de la dictadura operaban en plenitud e impunidad total y cuando muchos jóvenes socialistas, hoy implacables con el ex presidente, eran apenas unos niños, Ricardo Lagos participaba en las reuniones clandestinas del sector renovado del PS, a través de su grupo llamado los “suizos” que le permitía ser inteligentemente neutral en la disputa ideológica mayor entre la renovación y el almeydismo.
Trataba de ayudar a acercar posiciones y propuestas estratégicas entre los socialistas para la lucha anti dictatorial y lo hacía en un tiempo en que tales prácticas podían costar, literalmente, la vida.
Por cierto, desde su posición al interior de los grupos que conformaban la renovación socialista, contribuyó a la formación del PPD como instrumento de la lucha política contra la dictadura. Y por su liderazgo se constituyó en su presidente.
Para las víctimas de la desmemoria, hay que recordar que el PPD fue vital en el aglutinamiento de las fuerzas progresistas que estaban dispersas y cuya fusión contribuyó a derrotar a la dictadura en el plebiscito del 5 de octubre de 1989.
Claro que hubo otros actores políticos que también jugaron un papel importante en tal evento, pero Lagos fue también un catalizador para reunir a la DC y a grupos liberales democráticos para reunir la fuerza con que le dijimos NO a Pinochet.
El nombre de Lagos estuvo asociado desde siempre a la opción presidencial de la centro izquierda. Así ocurrió en 1989, cuando el propio Lagos declinó tempranamente tal posibilidad, convencido de que su nombre no era el más apropiado para enfrentar el momento histórico de conducir al país en la transición inicial de la dictadura a la democracia.
4 años después, en 1993, Lagos compitió en un temprano ejercicio de primarias presidenciales con Eduardo Frei Ruiz Tagle. 6 años más tarde, en enero del 2000, alcanzó la presidencia del país tras una dura campaña en la que la derecha desplegó todos sus recursos humanos, económicos y fácticos tras la figura de Joaquín Lavín.
Curiosamente, varios de sus actuales detractores, en Santiago y también en regiones, fueron funcionarios durante su gobierno. Los mismos que hoy hacen eco de las críticas a algunas de sus políticas, eludiendo cualquier tipo de responsabilidad en materias tan sensibles como Transantiago y el ferrocarril al sur.
Con todo, el Gobierno de Lagos concretó avances importantes que sentaron las bases para que el país continuara creciendo y progresando. Después de Lagos, Chile fue más democrático, más competitivo y menos desigual. Por cierto quedaron temas pendientes, entendiendo que las políticas de Estado no pueden concretarse en el lapso de un solo mandato presidencial.
Para comprender a Lagos hace falta algo más que una encuesta. Lamentablemente, algunos socialistas han caído en esa falsa evaluación que la derecha difunde.
Seguro hay quienes prefieren el camino sencillo del discurso simplificado y la crítica interesada que con entusiasmo predican los detractores de Lagos. Después de todo está de moda atacar al ex presidente. Quienes desde la centro-izquierda toman esa ruta parecen no terminar de comprender que lo único que están consiguiendo es facilitar el retorno de la derecha al Gobierno. O, peor aún, lo comprenden, pero no les importa.
Ricardo Lagos asumió la presidencia de Chile tras la primera elección realmente competitiva que enfrentó la centro izquierda tras el retorno a la democracia. Su victoria resultó emblemática y no hubo dos opiniones a la hora de definirla como el triunfo del primer socialista que, pos dictadura, llegaba a la Moneda.
Y desde esa posición, que hoy algunos cómodamente prefieren obviar, nos sentimos legítimamente orgullosos cuando el presidente Lagos dijo no a la resolución de la ONU que permitiera al gobierno de Estados Unidos el uso de la fuerza en Irak; cuando avanzó en la resolución de los casos de violaciones a los Derechos Humanos con el trabajo de la Comisión Valech y su Informe sobre Prisión Política y Tortura y cuando reformó la Constitución Política de 1980, eliminando los senadores designados y vitalicios y poniendo fin a la inamovilidad de los comandantes en jefe.
El socialismo también aplaudió la capacidad de Lagos de ejercer como jefe de Estado y jefe de la coalición política gobernante; valoró que optimizara el funcionamiento del gabinete fusionando ministerios y poniendo mayores exigencias al equipo de ministros; que impulsara, como nunca antes se había visto, el desarrollo de la infraestructura pública en el país; que propiciara nuevos acuerdos comerciales internacionales, que pusiera en marcha la JEC y estableciera los 12 años de educación obligatoria, que colocara en funcionamiento la Reforma Procesal Penal, y que, en definitiva, derrotara todos los prejuicios sobre la capacidad de gobernar que recaían sobre el socialismo y que, al cabo de su mandato, tal éxito se coronara con la elección de otra socialista como presidenta de la República.
Lagos entendió que, para crecer económicamente, la infraestructura es vital. Por eso implementó el sistema de concesiones de grandes obras de infraestructura y cubrió a Chile de buenas carreteras, aeropuertos y puertos que, de otro modo, el Estado no hubiera podido financiar. Hoy esas obras son activos para Chile del orden de los 25 mil millones de dólares.
Su gobierno, como todos, no estuvo exento de dificultades. No obstante, resulta en extremo simplista - tanto como oportunista e interesado - elaborar una definición de su gestión sobre la base exclusiva de aquellos hechos que hoy parecen ser los únicos importantes a la hora de evaluar la gestión del Presidente, y de paso la de sus colaboradores y de los partidos que lo acompañaron.
Conviene, sin embargo, hacer también algo de memoria acerca de, a los menos, algunos puntos conflictivos.
Durante el Gobierno de Lagos se estudió una forma de mejorar el deplorable sistema de transporte público de las llamadas micros amarillas. En la etapa de diseño participaron ingenieros y especialistas, y también personeros socialistas que estaban en los niveles de dirección de tal diseño.
Se trataba de renovar completamente la flota de micros y los recorridos, mejorar los sistemas de transbordo, construir estaciones multimodales, y sobre todo vincular el nuevo sistema al Metro. El diseño según los técnicos estaba bien. Hasta allí llegó Lagos.
Algo parecido ocurrió con la recuperación de la infraestructura ferroviaria. La restauración y modernización de las vías y del sistema de energía eléctrica alimentador, suponían una enorme inversión que Lagos aprobó, en tanto eran la base de proceso de recuperación de ferrocarriles.
Lagos dejó hecho el plan trienal que debía continuar las inversiones ya realizadas y que consideraban fortalecer los tramos de media distancia y consolidar el ahora fallido proyecto del tren al sur.
Sin embargo, en ambos casos, ferrocarriles y Transantiago, no hubo continuidad desde los ministerios de Hacienda y Obras Públicas para continuar con estos proyectos que requerían un compromiso a largo plazo, en tanto se asumía que eran políticas de Estado.
Algo parecido ocurrió con el puente Chacao. La idea concebida por el diputado por Chiloé Félix Garay a mediados de los años 60, encontró eco en los gobiernos de la concertación y el presidente Lagos impulsó activamente su materialización. Sin embargo, el proyecto quedó detenido algunos años para reactivarse en la última década y estar hoy ya en etapa de concreción.
El de Lagos fue un gobierno que hizo todo lo que estuvo a su alcance por mejorar las condiciones del país. Es razonable que hoy algunas de esas soluciones parezcan insuficientes, entre otras razones, porque tendemos a revisar el pasado con los parámetros del presente y olvidamos que, a principios del siglo 21, las prioridades eran otras.
La demanda de los estudiantes era por arancel diferenciado y no por gratuidad universal en la educación superior; el debate sobre una nueva Constitución no estaba entre las prioridades y nadie hablaba sobre asamblea constituyente, porque lo urgente era terminar con los enclaves autoritarios de la dictadura; la urgencia no era el matrimonio igualitario, sino la ley de divorcio.
Hoy las prioridades son distintas. En hora buena. Y Lagos, en los albores de una nueva elección presidencial, nos está convocando a poner los temas de fondo sobre la mesa y nos invita a generar una discusión de ideas y de propuestas sobre lo que queremos para el futuro y alzar la vista por sobre la levedad de la contingencia para pensar en un país mejor.
Y esa convocatoria es lo mejor que hemos escuchado en los últimos tiempos.
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