¿Qué hacemos nosotros por Chile?

Poco más de 267 mil personas participaron en las primarias municipales, lo que representa apenas el 5 % del padrón electoral. Suena terrible y preocupante a pesar de que se anticipó una baja adhesión, no sólo por la naturaleza de la consulta, sino que además por las particularidades que rodearon la elección.

Sin embargo, el poco interés de la ciudadanía en los procesos electorales tarde o temprano nos va a pasar la cuenta. Y no a los partidos o a los políticos. El costo lo vamos a pagar todos, con un detrimento de la calidad de la política, un deterioro en la representación democrática y en consecuencia una indeseable baja en la calidad de las ideas, propuestas y gestión pública.

“El problema es de otros, no me incumbe, me carga la política” y un sinnúmero de otras declaraciones de desgano y rechazo, están dejando la toma de decisiones sólo a los militantes y a quienes aún entienden la relevancia de la política en la vida de las personas. Es decir, aquellos que reclaman que en esto “siempre están los mismos” no hacen más que colaborar con este estado de cosas al restarse de participar.

En este escenario, muchos han planteado la opción de reponer el voto obligatorio, como una medida que nos permita reconciliar la actividad política con el interés de la ciudadanía. Personalmente, soy partidario de establecer un mínimo de obligaciones a las personas cada vez que se tienen prestaciones y derechos otorgados por el Estado, como ocurre -por ejemplo- con algunas becas que muchas veces van asociadas a un mínimo rendimiento académico.

Se le reclama al Estado procurar una base de bienestar mínimo para sus habitantes, en lo que se ha ido avanzando, como por ejemplo  en materia de gratuidad en educación y salud a segmentos relevantes de la población, y no sólo a los sectores más vulnerables- evitando el Estado netamente subsidiario- también en medidas de exenciones tributarias y múltiples facilidades para emprender. ¿Y qué hacemos nosotros por Chile?

Poco. Porque votar por sus autoridades es de las escasas instancias en que el ciudadano ejerce su calidad de tal. Y no debiera ser visto sólo como un deber, como pagar sus impuestos y cumplir las leyes. Sin embrago,  pareciera que solicitar el ejercicio del sufragio fuera un tremendo exceso. ¿Exceso de qué?  

Es un tema que debemos debatir. Es un asunto que incluso podría  ser parte central del proceso constituyente, porque tenemos que ser capaces de construir una sociedad que se proyecte en el futuro.

Todo este orgullo nacional y patriotismo que aflora sólo cuando gana la selección de fútbol o cuando hay controversias con los vecinos, puede quedar en nada si nuestra forma de vida, nuestra idiosincrasia y nuestra historia republicana, flaquean y le dan paso a un país fracturado o en las manos del populismo.

Somos un país serio y que en muchos aspectos genera vanguardia, pero poco a poco hemos caído en un egoísmo peligroso. Queremos las ventajas del sistema, las regalías o trato especial del Estado, las garantías y la protección de la ley, pero nos sentimos ofendidos si se pide aportar con un par de horas en un día domingo cada 4 años para votar.

Eso sí parece un exceso.

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