Sí, con esperanza y optimismo lograremos nuestras demandas

Hace varios años, décadas en realidad, vivían en el campo, Ismael junto a sus padres y dos hermanos casi tan pequeños como él.

Pasaban sus días trabajando para los patrones, dueños de las tierras que habitaban y que habían heredado de sus padres, quienes también la heredaron de sus respectivas familias y así,  la sucesión para atrás era tan antigua casi como el comienzo de los tiempos.

Esta sucesión también la vivía la familia de Ismael, que a diferencia de los patrones, habían heredado la pobreza acostumbrada. Sus padres, abuelos y bisabuelos habían sido pobres desde siempre. La historia se repetía y no iba a cambiar, no tenia porque cambiar. Al menos eso es lo que todos los de por ahí creían.

Así eran sus vidas y habían sido siempre, no tenía porque ser diferente, los niños a temprana edad interiorizaban esto y ya no lo cuestionaban. Se acostumbraban a vivir así, sin sueños ni ambiciones.

Hondo calaba en sus mentes la creencia de que habían nacido en el grupo de familias pobres, trabajadoras, que nunca habían tenido nada y que nunca lo tendrían.

Hasta que una oportunidad apareció,vivir en la ciudad ¿Cómo? Un grupo de estudiantes y personas como ellos, pobres y allegados, se tomaron un fundo y formaron en el un campamento propio, una población en la ciudad para todo aquel que siempre había sido un allegado. La esperanza comenzó a surgir.

Me gustaría contarles que al llegar a la ciudad, sus condiciones de vida cambiaron, que vivían de mejor forma, en una casa donde poder soportar el invierno, pero no, Ismael y su familia construyeron una “rancha” en uno de los terrenos y vivían casi más mal que en el campo.

Yo nací en 1981, lo que les cuento es lo que leí de varios artículos académicos sobre las tomas de terreno en Chile y de las entrevistas que, en el contexto de la construcción de mí último libro, “Antes de vivir”,  realicé a las familias que aún viven por ahí.

Si bien las condiciones de vida en las tomas eran muy malas, cuando estas familias recuerdan aquellos tiempos, lo hacen desde el amor, desde la felicidad, sonríen mucho al recordar las formas de vida, de organizarse y de hacer comunidad, de cómo el tiempo fue pasando y ellos siguieron ahí, de cómo en el apoyo encontraron formas de vivir cada vez mejor, de cómo a pesar de no tener recursos básicos para la subsistencia, ellos vivían con esperanza y optimismo.

Entonces surge la pregunta ¿Por qué tenían emociones positivas si vivían en la pobreza, en la miseria? Gervasio hace varios años construyó una respuesta que la pueden revisar en la canción “Collar de ranas”, lo que yo tengo es la respuesta de esas familias con las que pude compartir.

Tenían un sueño que compartían como comunidad y sabían que no podrían estar más mal de lo que ya habían estado, que el camino era duro y agotador, pero si lo lograban valdría la pena: “ construiremos hogares para nuestras familias, romperemos el círculo de la pobreza y nuestros hijos serán dueños de algo propio… con esfuerzo quizás puedan estudiar y  avanzar a una mejor vida” son palabras del discurso de uno de los dirigentes.

¿Les suena familiar las emociones y sueños de un grupo grande de la sociedad de los años setenta?

Un estudio reciente realizado por la Universidad del Bío-Bío, arrojó como uno de sus resultados, que más del 80% de las personas que hoy se movilizan “por un sueño” “por un mejor vivir” manifestaron que las emociones que le desencadenaba esta lucha son la esperanza y el optimismo.

¿Qué nos hizo cambiar entonces, qué nos provocó ese cambio y hoy vivimos con esperanza y optimismo de una sociedad mejor?

¿Qué nos hace día tras día, seguir saliendo de nuestras casas con destino a una marcha para decir fuerte de manera colectiva que ya no más? Dos consideraciones al respecto.

No fue el salto de un joven para evadir el pago del metro lo que provocó el cambio de emociones, sino fue la creencia de que se puede estar mejor, de que más mal de lo que estamos no puede ser, de que ya basta de tanto abuso del poder económico y político, esas creencias y la vida en comunidad, de forma colectiva por un mejor país, hace que configuremos nuevas creencias y a pesar de estar viviendo “en la miseria” nos esperanzamos de que existirá algo mejor y que los cambios vendrán.

Y luego, ¿estoy con esto promoviendo la continuidad del movimiento, de la lucha? Sí.

¿Tendrá buen término este movimiento? no lo sé, pero espero que sí. Trabajaré por ello desde mi rol.

¿Nos convertiremos en una especie de Venezuela o Cuba? No lo creo, hemos alcanzado una madurez suficiente para racionalizar nuestras solicitudes.

Para todos aquellos temerosos de los cambios que Chile necesita para ser un país más justo y equitativo, propongo que las nuevas políticas públicas que se construyan para este nuevo Chile sean trabajadas desde la comunidad, la gente ya no quiere ni confía en aquellos que dijeron nos representarían, las nuevas políticas deben contar con la participación de la ciudadanía, por lo que propongo también que sean las universidades públicas, ricas en conocimientos y propensas a la investigación científica, las que moderen estos acuerdos y realicen los estudios que fundamenten la factibilidad social, técnica, económica y política de “las nuevas reglas del juego”.

Chile cambió, Chile despertó, “los expertos” del pasado “no dieron el ancho”, para muestra de un botón: las pensiones se calculan en base a estudios “técnicos” que dicen que los chilenos vivimos en promedio 110 años. Sin comentarios.

Ante la queja de que los tiempos son malos, alguien dijo por ahí, “sean ustedes mejores, porque vosotros sois el tiempo” usted y yo escuchamos, usted y yo nos emocionamos y actuamos, usted y yo, al igual que esas familias de las tomas que lucharon por una vivienda, estamos llamados a repetir la historia y seguir la lucha en paz y sin violencia.

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