Soy un convencido que mientras más abstención exista en las próximas elecciones presidenciales, la derecha, al servicio de políticas y privilegios de una minoría, tendrá más posibilidades de ser gobierno.
Tengo la convicción que no acudir a las urnas no es una alternativa política, sino una de las tantas formas de ausentarse. Creo que una sociedad que exacerba un estado individual, que se moviliza por la inmediatez y lo desechable, que hace de su historia una referencia aislada y leve, que valoriza al colectivo como un gentío ajeno a los intereses particulares, se expresa, normalmente, negándose a participar de elecciones.
Dicho de otro modo, no menosprecio a quien no vota, es responsable de sus actos y tiene motivos para asumir esa postura, pero no lo comparto.
Dicho lo anterior y fijando mi posición en torno a las elecciones del próximo 19 de noviembre, no puedo dejar de sorprenderme, con quienes pretenden responsabilizar a los desencantados y desidiosos de la posible abstención y con ello, el probable triunfo de la derecha.
Si de verdad lo creen, entonces tenemos un problema mayúsculo, ya que la simpleza de la reflexión pone en duda la eficacia del llamado a concurrir a las urnas; ahora, si es una estrategia, propongo que sea desechada y se asuma una que les permita realizar una autocrítica con proyecciones.
Algunas ideas gruesas sobre el porqué la abstención es responsabilidad de quienes hoy, urgentemente, necesitan remecer a la mayoría de electores que, a juzgar por las elecciones municipales pasadas, han elegido restarse.
Es habitual escuchar a quienes poseen o creen tener un trozo de poder, palabras con las cuales se refieren al país, como “este país”, ubicándose fuera de un lugar que habitan y que invocan cuando necesitan la gracia y el voto de quienes denominan “masa”, estableciendo una relación utilitaria, peyorativa, anónima, desprendiéndose de todo afecto, convicción y complicidad con “la masa”.
Atrás quedan denominativos como camarada, compañero, pueblo, evocaciones que tienen voz, paridad y confianza.
Otro aspecto es que las instituciones políticas han establecido la valoración de la persona que hace de su vida una práctica política, por su desempeño como esquivador de preguntas, manejador de las verdades de acuerdo a sus tiempos partidarios, simplificador de propuestas, todo ello, en función de ocultar a “la masa” sus visiones y posiciones que deben concursar entre "la masa". Asumen que las personas, el pueblo, la ciudadanía, la sociedad civil, son seres pasivos e incapaces de develar el ilusionismo que construyen.
Finalmente, la ausencia de formación cívica y política que se aplicó como cuerpo formativo a las generaciones transicionales, han instalado la idea de que las condiciones materiales, con sus luces y sombras, son fruto de una habitualidad, de un desarrollo natural, de un futuro destinado y no son parte de la lucha de hombres y mujeres que ofrecieron su vida por la libertad, la justicia, la democracia y eso ocurrió hace menos de tres décadas.
El próximo gobierno, además de plantearse volver a dignificar el quehacer político, debe afianzar el porvenir, profundizar la democracia, terminar con la mala política, trabajar porque el desencanto y la desidia se transformen en voluntad de vigilancia, participación y propuesta.
Y esos desafíos, sólo podrán asumirse si aunamos fuerzas e impedimos que la derecha sea gobierno, nuevamente.
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