Toxicidad y populismo

Queda sobrecogido el corazón cuando nos enteramos que por haber enfermado de Covid-19 o trabajado en ambientes adversos para el sistema respiratorio, existe tanta gente que sufre de fibrosis quística.

Se ahogan por falta de oxigenación pulmonar, debiendo comprar oxígeno para no morir. Muchos no pueden hacerlo por sus altísimos costos. El destino de ellos es esperar una de las muertes más horrorosas que se puede experimentar.

No parece que preocupa mayormente a buena parte de la ciudadanía. Hace tiempo que esta realidad existe y no se ven soluciones. Sin embargo, es comprensible que así sea cuando un país decide matar en los extremos de la vida humana -proyecto Ley de Aborto y "muerte dulce" para ancianos desvalidos-.

Al permitir abrir las ventanas y dejar entrar la toxicidad del populismo, la dictadura del relativismo, el titubeante Estado de Derecho y, prácticamente, la vida humana de un valor menor la de una mascota; campea a sus anchas la putrefacción moral y ética, introduciéndose a su arbitrio por donde le da la gana.

No hay que extrañarse entonces que dejen morir a quienes carecen de dinero para comprar aire para seguir viviendo. ¿Serán que ya no son útiles porque no generan ingresos a las arcas del Fisco? Ahora ellos y muy luego todos los que se consideren cargas para la sociedad. ¿Cuándo le tocará a usted?

Ante la cultura de lo que nada cuenta ni vale, no parece extraña la violencia delincuencial sin límites que se observa a diario y que no deja indiferente a nadie. En la sociedad civil, poder emergente significativo, está nuestra esperanza.

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