Un mundo al revés

Clarisa Hardy
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Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas esas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés…

Anoche entoné esta bella canción de cuna, Un Mundo al Revés, en homenaje a mi recién nacida sobrina-nieta, Mia, para entrenarla desde pequeña en el mundo al revés que la recibió al nacer.

Lamentablemente y a diferencia de la canción, este mundo al revés, lejos de invitar a soñar, desvela.

Los dos ministros de este gobierno con mayores responsabilidades en la discusión e implementación de la reforma a la educación superior, fueron -hasta el momento que asumieron sus cargos políticos- altos directivos de una universidad privada que, por ley, no puede tener fines de lucro. Por confesión de uno de ellos resulta que dicha universidad les ha generado ganancias, si bien bajo mecanismos que sortean vergonzosamente la legalidad.

Se trata del ministro de Educación directamente responsable de la política educacional en Chile y del ministro de la Presidencia, cuya responsabilidad es la articulación entre el ejecutivo y el legislativo para asegurar políticas públicas por ley.

Tal como Mia, millares de niños y jóvenes de este país merecen que se les explique cómo es posible llegar a ser autoridades políticas que deben gobernar en un estado de derecho, habiendo vulnerado, si no la letra de la ley gracias a triquiñuelas, su espíritu.

En un mundo al revés podemos llegar al absurdo de tener la invitación del Presidente de la República para abrir un saludable debate sobre el lucro en la educación, sin que forme parte de este debate la probidad de los actos en torno del lucro.

Aún si hay quienes consideran ilegítimo el lucro y especialmente en la provisión de bienes públicos, lo cierto es que no es un delito. Sin embargo, esconder el lucro lo es, tanto desde el punto de vista de la evasión de impuestos, como de su ilegalidad para funciones que expresamente la ley prohíbe, como es el caso de la educación superior.

Y si bien un mundo al revés puede dar origen a una hermosa canción de cuna que invita a soñar, en nuestra realidad pasa a ser fuente de insomnio para millares de jefes de hogar y estudiantes que necesitan confiar que sus representantes y autoridades políticas velen por el respeto de sus derechos y, por lo mismo, de las normas que regulan los bienes públicos, sean éstos de provisión pública o privada.

La educación es, por esencia un derecho y, en tanto tal, su provisión un bien público a cuidar. Lo menos que podemos esperar de quienes ejercen responsabilidades políticas es que aseguren ese cuidado. Y para eso, deben tener una trayectoria impecable que genere confiabilidad.

Al menos, en un mundo que no funcione al revés.

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