Resulta llamativo que, ante la esperada videoconferencia del presidente de Ucrania ante el Congreso Pleno chileno, a principios de este mes, tanto el Partido Comunista como el Frente Amplio se hayan ausentado de la sala. Choca esta actitud, a pesar de la condena del Presidente Boric a la invasión rusa de Ucrania. Esa ausencia parece haber sorprendido, incluso, a un importante analista político nacional.
Sin embargo, hay elementos de juicio que sirven para aclarar esa deserción. Sea por razones geopolíticas, sea por convicciones ideológicas, Rusia ha estado apoyando de diversas formas a la extrema izquierda latinoamericana y la progresiva extensión de sus gobiernos por toda América Latina. Desde la mera propaganda a través de medios de noticias rusos como Sputnik y, sobre todo, Russia Today, hasta movimientos geopolíticos más incisivos, como los relativos a acuerdos armamentísticos con Venezuela, Cuba y Nicaragua, Rusia está muy interesada en lo que ocurre en nuestro continente.
Pero esta confluencia de intereses también se extiende a España. La coalición Unidas Podemos -modelo y espejo de nuestro Frente Amplio- tiene una relación directa con el surgimiento e instalación del bolivarianismo en América Latina: uno de sus fundadores, Juan Carlos Monedero, asesoró a Chávez durante 9 años, y cobró importantes sumas de los gobiernos de Bolivia, Nicaragua, Venezuela y Ecuador, mientras los partidos y gobiernos de extrema izquierda echaban raíces y se extendían por nuestro continente. Pues bien, ese partido también ha mostrado un comportamiento ambiguo frente a la guerra en Ucrania, so capa de argumentos "pacifistas".
La relación entre estos factores parece explicar, entonces, que nuestro Frente Amplio -un partido teóricamente "nuevo" y ajeno, por tanto, al comunismo tradicional y al enfrentamiento URSS-EE.UU. que caracterizó a la Guerra Fría- haya adoptado la misma posición que el PC, antiguo y tradicional aliado del país eslavo. Es que, más allá de las generaciones a las que pertenezcan los partidarios de la extrema izquierda, existe una relación non sancta entre sus representantes españoles y latinoamericanos, y la Rusia de Putin.
El bolivarianismo latinoamericano no ha reparado en medios -incluyendo una turbia relación con la violencia política a nivel de todo el continente- para llevar adelante sus objetivos. Esa amoralidad en la acción parece incluir, hoy, el apoyo por acción u omisión a la sangrienta invasión a Ucrania.
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