En los 80, el grupo de rock Los Prisioneros hizo famosa su canción “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos” que reflejaba muy bien cómo era la relación de los países del área respecto de los dictámenes de Washington, lo que a su vez era resultados de los resabios de la Guerra Fría. Efectivamente, durante décadas, América Latina sufrió la intervención directa de EEUU inclusive derribando gobiernos mediante golpes de estado financiados por la CIA y poniendo dictaduras títeres funcionales a la potencia del norte.
Han pasado varios años y el orden mundial es muy distinto, ya no con dos potencias que se reparten el mundo, sino con una serie de bloques políticos que representan cosas bien distintas en el concierto político internacional. Incluso, dentro del mismo EEUU, las visiones contrapuestas entre un Barack Obama - aperturista y profundamente democrático - y Donald Trump, que apoya el encierro y el proteccionismo a ultranza, han hecho que ese país se vuelva un agente de discordia difícil de llevar para las diplomacias de estos tiempos.
Ya no sólo se trata de Rusia y Estados Unidos, ahora también se trata de China y de la Europa liderada por Alemania, que es hoy el símbolo más nítido de la defensa de la democracia, los derechos humanos, la tolerancia y la lucha contra todo tipo de odio y discriminación. Ahora también tenemos al radicalismo islámico que cierne una amenaza global al mundo civilizado.
En suma, ya no hay dos polos, sino muchos focos que nos obligan a mantener una posición clara, coherente y nítida respecto de las cosas y temas que nos importan como nación.
Una señal de eso, es la respuesta que el Gobierno y la Presidenta entregaron a la imposición que el Vicepresidente de EEUU pretendía con Chile respecto de las relaciones que tenemos con Corea del Norte y Venezuela. Fue un rotundo No.
Tal como lo hiciera años atrás el ex Presidente Lagos cuando Tony Blair quería que Chile apoyara la guerra sin fundamentos contra Irak, Chile ha demostrado que en materia de relaciones internacionales, no se deja amedrentar por otros países, por muy potencias que sean.
Tenemos definiciones claras: no apoyamos golpes de Estado, no apoyamos intervenciones militares, no apoyamos derrocamientos basados en mentiras u operaciones de fachada, no apoyamos la violación a los derechos humanos cualquiera que sea el lugar o gobierno.
Por lo mismo, Chile debe ejercer ese rol con más ímpetu cada vez que vemos situaciones en donde los derechos fundamentales de las personas son violados. Puntualmente en Venezuela, cualquier uso de la fuerza externa o interna no haría más que acelerar el proceso de instauración de una dictadura para Maduro. Pero eso no quiere decir que debamos ser tolerantes y contemplativos con el fuerte deterioro de la convivencia y la democracia en ese país.
Ya no somos un pueblo al sur de los Estados Unidos que acata las órdenes que emane el presidente de turno en la Casa Blanca. Ahora somos un conjunto de naciones que aprendió la dolorosa huella del intervencionismo de la Guerra Fría y que ante eso, ha optado por defender la institucionalidad y el imperio del derecho internacional.
Puesto así, más que nunca cobra sentido esta idea de que Chile es y será siempre un asilo contra la opresión.
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