Nuestra Cancillería o nueva diplomacia

A fines de los años 90 y durante el Gobierno de Ricardo Lagos, Chile vivió una época especialmente intensa y relevante en el campo de las relaciones internacionales. La diplomacia parlamentaria empezaba en ese entonces a cobrar especial importancia y en eso, nuestro Congreso tuvo la visión de darle la relevancia que merecía, al punto que Chile llegó a presidir la Unión Interparlamentaria Internacional.

No está de más recordar el papel que desempeñó el ex Presidente Lagos en las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU en los días previos a la Guerra del Golfo y la negativa que dio a las grandes potencias de sumarse a un ataque contra Irak que no reunía los elementos mínimos de legitimidad, tras el ataque a las Torres gemelas en Estados Unidos.

Por ese mismo periodo, Perú anunció que nos llevaría a La Haya por el diferendo marítimo que terminó con un fallo salomónico que afectó notoriamente nuestros intereses en el Pacífico. Fue imprevista esa demanda. Nos tomó por sorpresa. Pero es un signo de cómo operan los distintos países y sus respectivas diplomacias, son reflejo de ello. No por nada, Torre Tagle, la Cancillería peruana,  es conocida por su silencioso pero efectivo trabajo.

¿Y Chile? ¿Cómo es nuestra diplomacia? Más que dar respuestas a esto, espero generar debate. No sé si alguien hoy esté en condiciones de dar una opinión definitiva acerca de qué le falta o qué le sobra a nuestras relaciones internacionales, pero sí puedo plantear que necesitamos urgente esas voces que nos ayuden a una modernización.

Al menos desde mi perspectiva, me parece que Chile es excesivamente reactivo en algunos aspectos. Dos demandas territoriales en menos de 15 años, sin la suficiente previsión.

El Canciller Muñoz ha dado a conocer el proyecto que moderniza el ministerio de Relaciones Exteriores anunciando, entre otras interesantes medidas, establecer una agencia de soberanía, una subsecretaría de Relaciones Económicas y direcciones estratégicas y de comunicaciones.

¡Bien! Parece ser un plan coherente y que va en la dirección correcta de remediar un punto ciego que tal vez nos aqueje: el mantenimiento, prospección y proyección de nuestros intereses nacionales en la región y en el mundo globalizado.

¿Falta algo? Creo que hace falta el concurso de los estudiosos, los historiadores y analistas que nos ayuden a llevar este debate al más alto nivel. Acá no sirve el chovinismo ni menos aún la profusión de frases patrioteras y escasas de entendimiento acerca de cómo se hace diplomacia moderna.

El mundo tal y como está, exige una lata dosis de responsabilidad en el manejo de las relaciones políticas, económicas, culturales, sociales y étnicas. Desde siempre se nos ha criticado a los chilenos por nuestro “aislacionismo” geográfico y mental, pero eso no deja de ser otro de los tantos mitos que nos persiguen en materia de relaciones exteriores.

Nuestra economía es una de las abiertas del mundo, tenemos relaciones con prácticamente todo el mundo, excepto con nuestro vecino Bolivia, tenemos embajadores de la marca Chile en el ámbito de la cultura, el deporte, las ciencias y la gastronomía. Pero parece que falta hacer más para lograr que nuestros intereses sean bien explicados, entendidos y por lo tanto, incontestables ante amenazas y dificultades como las que hemos vivido en los últimos años.

Es hora del debate para nuestra diplomacia, debate al que deben sentirse invitados todos quienes tengan algo valioso que decir y aportar para hacer de nuestra diplomacia más que un Ministerio de Relaciones Exteriores.

En otras palabras, creo que tal vez no es hora de encapsular la discusión en la modernización de la Cancillería, sino cómo hacer de Chile una nación respetada, considerada y querida en el concierto mundial.

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