El cardenal Raúl Silva Henríquez fue un sacerdote providencial para los tiempos difíciles. Su labor episcopal estuvo marcada por los cambios que Chile requería con suma necesidad. Urgencia que no soslayó, por el contrario, asumió que la Iglesia Católica no podía permanecer indiferente, ni menos ausente.
"La caridad de Cristo nos urge" señala la impronta que lo mueve y conmueve durante la dura tarea que le tocó enfrentar. Como pocos obispos latinoamericanos, reformó las arcaicas estructuras conservadoras de la influyente eclesial institución, en un país mayoritariamente católico.
Influyó en la Conferencia Episcopal, para que la opción por los pobres no fuera sólo un lema, sin sentido. La labor y el mensaje evangélico se encarnaron en las poblaciones marginales, donde la ausencia de la caridad de Cristo es vergonzosa. "Los pobres no pueden esperar", como señalara el papa Juan Pablo II en su visita a Chile, lo triste es que viven y mueren en esas paupérrimas condiciones.
Don Raúl -el cura del pueblo- abogó por los perseguidos, convirtiéndose en "La voz de los sin voz" durante la larga noche de terror y horror que sufrimos durante la dictadura cívico militar.
Pocos se atrevieron en defender los DDHH, él sí. La creación primero del Comité Pro Paz y luego de la Vicaria de la Solidaridad fueron una muralla infranqueable antes los abusos cometidos por agentes del Estado en contra de civiles indefensos, que luchaban por sus derechos arrebatados y su anhelada libertad.
Se ganó muchos enemigos dentro y fuera de la curia por su inalterable posición. Jamás claudicó, menos calló en sus homilías, las que eran escuchadas por moros y cristianos, ansiosos de saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Señaló y denunció persistentemente los campos de presos políticos, los centros de tortura, la desaparición de personas, los allanamientos en las poblaciones, las detenciones irregulares, ejercida por los agentes de la DINA y posteriormente por la CNI.
Valiente y corajudo. Conocedor del campo chileno. No trepidó en apoyar la Reforma Agraria del Presidente Eduardo Frei Montalva, incluso entregó los fundos de propiedad de Iglesia Católica, para hacer propietarios a los campesinos que trabajaban la tierra.
La derecha conservadora y latifundista intentó vanamente de estigmatizarlo con el apelativo "el obispo rojo". Igual posición sostuvo en la recuperación de nuestra principal riqueza minera, la nacionalización del cobre, en el gobierno del derrocado Presidente Salvador Allende.
Fue uno de los impulsores y fundadores de la poderosa Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam), junto a su amigo Elder Camara, arzobispo de Recife, defensor de los hacinados en las favelas brasileñas y los perseguidos por la dictadura militar en su país, quien decía "cuando doy comida a los pobres me llaman santo, cuando pregunto porque son pobres me llaman comunista".
No fue el único obispo perseguido. Varios de ellos han corrido peor suerte por su consecuencia social. La dictadura chilena dio muerte a sacerdotes, varios de ellos misioneros españoles. El cardenal Posadas de México asesinado el 24 de mayo 1999. El obispo Romero de El Salvador asesinado el 24 de marzo de 1980 y el obispo Angelelli de Argentina, muerto en 1976. Un duro golpe a una iglesia comprometida realmente con el evangelio de Jesús, cuya historia siempre se ha escrito con la sangre de los indefensos.
Recordar al cardenal, en un sistema que tiende a des-memorizar a los líderes espirituales que contribuyeron, con alma y pasión, en lograr una reconciliación verdadera, para mí es un deber ineludible.
Aún resuenan en las calles, el llanto del pueblo ese 9 de abril de 1999, al compás de la multitudinaria procesión fúnebre, "Raúl amigo el pueblo está contigo" fue un ahogado grito de orfandad que no se apaga, ni se apagara jamás. La gente lloró desconsoladamente al momento de su multitudinaria despedida, Se cumplen 23 años de su partida, el país quedó carente de un pastor que sirvió a su Iglesia Católica como a su amado país.
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