Ésta es la disyuntiva en la que nos movemos los católicos en medio de la discusión de la ley de aborto terapéutico. Sin embargo este dilema, siendo de fondo, no parece estar en el debate, sencillamente tendemos a imitar prácticas históricas y a seguir prolongando la visión de una Iglesia que ya no tiene la influencia del pasado, ni cuenta siquiera con una visión compartida por todos los que asumimos la misma fe.
Al igual que ayer con la ley del divorcio, el debate para los católicos en vez de centrarse en como asumir una vida matrimonial más auténtica, radical y que muestre un testimonio real y efectivo de felicidad y no de amargura, acostumbramiento o anemia, se centró en si era o no aceptable esa nueva ley.
Al final fracasamos, la razón, no éramos creíbles, cuando al mismo tiempo aceptábamos y usábamos el escándalo de la nulidad matrimonial basada en la mentira, sin que nuestros pastores hubieran sido de igual manera capaces de enfrentarla clara y oportunamente.
Hoy ¿cuántos católicos han usado la ley de divorcio, cuando nadie los obliga?
¿Cuántos abogados católicos que ayer moralmente se negaban a tramitarla, hoy lo hacen?
¿Qué pasó, los principios éticos cambiaron porque hay una ley? Al parecer en definitiva, ha prevalecido la ley sobre lo ético.
Hoy, frente a la ley de aborto terapéutico, volvemos a transitar por el mismo camino, como si en estos años nada hubiese pasado y nuestra Iglesia no hubiese cambiado.
En efecto, queremos imponer que no se haga efectiva esa ley por considerar que atenta contra la vida. La misma que válidamente por principios señalamos defender en toda sus expresiones y circunstancias, con lo que naturalmente ningún católico puede estar en contra.
Sin embargo, hay muchas mujeres que se declaran católicas que se han practicado aborto. ¿Por qué? ¿Cómo? Si en nuestro país, según el Colegio Médico, hay por sobre los 35.000 abortos al año y según la Organización Mundial de la Salud hay un aborto por cada 3 nacidos vivos, todas cifras básicas ya que por razones obvias hay muchas más que no se registran en las estadísticas, y declarándose alrededor del 60% de la población católica, es dable suponer entonces que una parte de estos abortos corresponden a católicos.
En el sector alto, no aparecen registrados en las estadísticas porque el aborto clandestino lo hacen con apoyo profesional adecuado, mientras en el sector bajo muchas veces son atendidas por parteras que terminan con muchas de ellas en los hospitales públicos, formando parte de las estadísticas, e incluso algunas en las cárceles. En todas ellas la realidad de sus circunstancias fue más importante que los criterios éticos y morales de su fe.
Siendo ésta la cruda realidad, ¿podemos seguir discutiendo si debiera o no haber ley de aborto terapéutico cuando sabemos que el tema legal no ha dado solución a estos problemas porque los abortos se hacen a pesar de la ley?
Muchos también se preguntan y con justa razón ¿y la vida de esos niños y jóvenes que vieron castrada su existencia a causa de algunos connotados sacerdotes de nuestro país, no valen, no eran importantes?
¿Y esos niños que fueron adoptados ilegalmente para defender “el qué dirán” incluso contra la voluntad de sus progenitores e inventando su muerte y en el que están involucradas familia católicas, médicos católicos y un sacerdote? Nunca esto fue o ha sido motivo de nuestra preocupación, sino más aún, el qué dirán o la apariencia, la hemos alimentado con una fe que se ha centrado más en lo estético que en lo ético.
Es cierto hay muchas maneras de violentar la vida, de ir contra su normal existencia y dignidad. Por lo tanto no podemos ser como el Padre Gatica que predica pero no practica.Por lo tanto la historia se repite. Lamentablemente y con mucho dolor debemos reconocer que tampoco hoy somos creíbles.
Cuando la Iglesia del Cardenal Silva Henriquez alcanzó el máximo momento de reconocimiento y valoración en nuestro país, fue por la consecuencia y coherencia que la llevó a defender la vida, arriesgando su propia vida. Ese es el catolicismo creíble. Ese es el camino que nos mostró Cristo.
Él nunca dijo que venía a imponer una fe, sino que procuró con su vida y su palabra convencernos del sentido, del valor de ella para nuestra salvación y felicidad. Incluso frente a lo legal fue claro cuando dijo, “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
De Dios proviene el amor, la misericordia y la fe que se nos regaló por gracia. ¡Que Don más maravilloso! Ello nos obliga a ser humildes, valorando y respetando a quienes por desgracia no han recibido esta gracia. ¿Puedo entonces yo imponerle mis criterios o debo convencerlo que es el camino mejor para su vida?
No podemos quedarnos en la censura, en el cuestionamiento ético, en la discusión teórica sobre la vida misma.Porque en definitiva como señala nuestro Papa Francisco en Evangelii Gaudium “…la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.”(231)
No vale decirle a la sociedad lo que debe hacer, según nuestros principios, cuando en definitiva no somos suficientemente consecuentes con ellos. Por lo mismo, nuestra vivencia de una defensa real y efectiva de la vida en toda su dimensión y en todas sus formas, incluyendo a la naturaleza misma, como señala también el Papa en Laudato Si, nos dará credibilidad para que otros valoren nuestra posición.
Miremos la cruda realidad que nos rodea y con misericordia y a partir de nuestro testimonio, propiciemos un camino de salida. Debemos ser capaces de dar respuestas eficientes y efectivas a la realidad del aborto, en cualquiera de sus formas en nuestro país. A esos miles de aborto que con ley que la prohíben se siguen realizando. María Ayuda y otras organizaciones de Iglesia están dando un tremendo testimonio al respecto, pero aún es claramente insuficiente.
Nuestro querido Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium señala: “Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones».
No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana, pero también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. “¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?” (214).
En definitiva,luchar en contra de la ley mal llamada de aborto terapéutico, que no se va a cumplir cabalmente, ya que lamentablemente, se seguirán realizando abortos por distintas causales o mantener lo que hay, que tampoco hará disminuir los abortos ni resolverán los temas de fondo, con todo respeto, es en alguna medida perder el tiempo.
Nuestra tarea más importante debiera ser trabajar en la generación de una mayor conciencia de este y otros temas al interior de nuestra propia Iglesia, de tal manera de disminuir la brecha entre lo que declaramos y lo que hacemos, en todos los niveles.
Es tiempo de reflexión, de diálogo y oración. Es tiempo de trabajar para ser católicos convencidos y convincentes. La ley no es un argumento para vivir o no esta consecuencia.
Ni siquiera nos pueden imponer un criterio porque no se puede atentar contra nuestra conciencia. Por lo tanto siempre será nuestra conducta moral lo que prevalece y nuestra coherencia y consistencia la única arma de convicción para otros. Con declaraciones y manifestaciones es poco o nada lo que conseguiremos.
Es lo ético por sobre lo jurídico y el convencimiento por sobre la imposición; nuestros únicos caminos posibles, sino queremos irremediablemente repetir el infecundo camino transitado hasta ahora.
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