Dos palabras tienen las mismas letras, pero con sólo un pequeño cambio de orden, un enroque de la "n" con la "v", se convierte uno de los términos en su contrario. Dos realidades antagónicas y excluyentes. Pareciera que es tan fácil el error ortográfico como el existencial al transformar el sentido de la Navidad en su opuesto, en manifestación de vanidad.
El término vanidad tiene fundamentalmente dos sentidos: arrogancia, presunción, engreimiento, por una parte; e inútil, infructuoso, inconsistente, por otra. Este último sentido aparece con claridad cuando decimos por ejemplo "el esfuerzo realizado fue en vano".
Es cierto que la Navidad puede ser ocasión para presumir, y esto es lo más evidente; pero también se da, a mi juicio, con mayor frecuencia el otro sentido que como, no es tan evidente, "pasa piola" y que consiste en concentrarnos en lo falto de consistencia, en lo superficial, en lo pasajero.
Hay un libro entero del Antiguo Testamento dedicado a lo vano, es el Eclesiastés, llamado también Qohélet, cuya expresión más famosa es "vanidad de vanidades, todo es vanidad", donde "vanidad" es traducción del hebreo hébel que significa vacío, ilusión, engaño. Es como cuando uno exhala el aliento sobre una ventana fría y el vidrio se empaña, pero dura sólo un instante, por lo que contiene la idea de fugacidad. El problema surge cuando lo vano, que es secundario y accesorio, se nos disfraza de primario y fundamental. En esta situación lo superficial y secundario presume de una importancia que no tiene.
Navidad, por el contrario, apunta a lo profundo, a lo que tiene raíz y, por tanto, firmeza. Esta fiesta cristiana celebra el que Dios por amor haya tomado la condición humana para regalarnos la salvación. Es Dios mismo que se nos regala en Jesús de Nazaret. Pero amor es un término que puede ser tan vago, por eso aquí presento una característica concreta tomada de uno de los textos del Antiguo Testamento que anuncian al Mesías: "Saldrá un brote del tronco de Jesé, un retoño brotará de sus raíces... Juzgará con justicia a los débiles, a los pobres del país con rectitud" (Is 11,1.4). En la época en que este oráculo fue pronunciado, la justicia había fallado en Judá porque no defendía a los pobres, sino que había jueces venales que se habían vendido a los explotadores: se habían corrompido, realidad que, trágicamente, se nos ha hecho tan habitual. De ahí que una de las características del Mesías esperado era su justicia, en especial en favor de los más desprotegidos.
Celebrar el nacimiento de Jesús significa alegrarnos por la llegada de este Mesías justo que nos impulsa a luchar contra las injusticias sociales, defendiendo y protegiendo a los más necesitados. He aquí algo no aparente, no vano, sino verdaderamente importante en un mundo como el de hoy, tan lleno de medios y tan falto de fines. Feliz Navidad.
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