En el silencio más absoluto, por la noche más oscura y sin presencia humana alguna, estalló la vida desde el corazón de la muerte impactando con su estelar al universo entero. Así fue la Resurrección de Jesús, sin ruido ni luces, humilde, aunque inmensa, perdurable y admirable.
En este contexto, podemos entender mejor al profeta Isaías cuando dice "Mi siervo no gritará, no alzará su voz ni la hará oír en las calles, no quebrará la caña trizada ni apagará la mecha humeante...".
Considerando aquello, es posible evaluar -de manera auténtica- los signos de Resurrección que emergen y se hacen visibles en mi cotidianeidad. Tan lejano a los poderes de este mundo: violencia, amenazas, agresión, imposición, etc.
La radiación de la Resurrección marcó nuestra existencia para siempre. Somos para la Resurrección y sólo quien vive la experiencia del Maestro puede superar sus propias mezquindades y desenfrenos. La mirada de Jesús a Pedro, desde el tribunal de las mentiras y de las infamias, perdura hasta ahora sanando la oscuridad y los temores.
Una de las de las características de la Fundación Paternitas es acompañar a quien llega a nuestra institución para hacerlo experto en la detección de la huella de Dios en su corazón. Ser capaz de encontrarse con el humus bendito que impulsa a ponerse de pie y a recomenzar en la esperanza para alcanzar la estatura de Cristo. Nos preocupa que nadie se sienta o crea estar imposibilitado de poder reinventarse por la fuerza espiritual que lo estremece y lo levanta sin importar el pasado.
Pascua de Resurrección propicia para que todos podamos entrar en la dinámica del acicate interior que brinda el Espíritu Santo.
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