En el Génesis, capítulo 3, versículo 15, Dios le dice a la serpiente: "Haré que tú y la mujer sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. Su descendencia te aplastará la cabeza y tú le morderás el talón".
La tradición cristiana ve en la descendencia de la mujer un testimonio misterioso sobre el Mesías en su lucha contra satanás y en su victoria final sobre las fuerzas del mal. Así, la descendencia de la mujer porta consigo una promesa de salvación, hecha carne en el fruto de la mujer. Promesa que el profeta Isaías anuncia en el capítulo 7, versículo 14: "Pues el Señor mismo les va a dar una señal: La Joven está encinta y va a tener un hijo, al que pondrá por nombre Emanuel". Este anuncio presenta un mensaje divino en un sentido de esperanza en que de una virgen nace el Mesías, la promesa de salvación.
El hecho de que la mujer por acción divina quedará encinta da cuenta de la esperanza de la promesa. Esperanza porque ante la imposibilidad de que una virgen quede encinta, Dios hace que en donde nadie espera nada, ocurre algo, ese algo es "La Joven embarazada", cuyo fruto es la promesa de salvación, su hijo. En este sentido el profeta Miqueas señala en el capítulo 5, versículos del 2 a 3 que: "En cuanto a ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá un gobernante de Israel que desciende de una antigua familia. Ahora el Señor deja a los suyos, pero hasta que dé a luz la mujer que está esperando un hijo". Aquí ya se señala el lugar del nacimiento, la pequeña ciudad de Belén, la más pequeña entre los clanes de Judá, es decir se reitera el sentido escatológico de la experiencia salvífica, la más pequeña de los clanes donde nacerá, según lo menciona Miqueas, el hijo de la mujer, afirmando que "Él traerá la paz" (Miqueas 5,5).
En este anuncio, relatado en el capítulo 5 de Miqueas, se establece que en la pequeña ciudad de Belén una mujer dará a luz a un niño, quien pastoreará a su pueblo "con el poder y la majestad del Señor su Dios...". Por lo tanto, María, al igual que Abraham, debe servir a la Palabra con su propia vida, en la que Dios estuvo en todo momento junto a ella, desde el nacimiento hasta la cruz, cuando la palabra debía encarnarse en humanidad. Así María es esperanza y fuente de la promesa de salvación, encarnada en su hijo Jesús, quien fue reconocido como Mesías por la mujer samaritana, la primera apóstol y María Magdalena, la primera en reconocer a Cristo resucitado.
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