Chile despertó, no hay duda. Despertó en todos sus rincones, y las energías, los esfuerzos, la esperanza, las ganas y la convicción apuntan a que despertó para transformarse y encaminarse hacia mejores maneras de relacionarnos entre nosotros, ciudadanas y ciudadanos, y por supuesto entre nosotros y el Estado.
En este escenario de múltiple e intensas emociones les comparto algunas ideas, sólo ideas y no recetas, para acompañar amorosa y comprensivamente a niños y niñas.
La importancia del autocuidado. Para cuidar bien, necesitamos estar bien. Para dar calma, es necesario estar en calma. Es probable que en este contexto aparezcan emociones intensas en los adultos, muchas asociadas al bienestar y también otras como miedo, preocupación, rabia, ansiedad o tristeza. Esas emociones hay que expresarlas y compartirlas con otros adultos, es decir, hay que hacer redes de apoyo para que, cuando niñas y niños nos necesiten, podamos estar en posición de contener y acompañar sanamente.
No es posible tapar el sol con un dedo. Este movimiento así lo evidencia. Es importante entregarles información pues el ruido de helicópteros, cacerolas y balazos no se puede negar.
Niños y niñas saben que algo sucede y decirles que no es así es hacerlos dudar de sus propias sensaciones, de sus mecanismos de alerta. Es fundamental explicar de manera precisa y considerando la edad de cada niño o niña.
Entre más pequeños son, la explicación debe ser más concreta y breve.
Es bueno utilizar acontecimientos de la vida cotidiana para explicar el descontento, comentándoles situaciones que han visto en su día a día, por ejemplo, personas en situación de calle, niños que piden comida o el alza del pasaje del metro.
Y llegamos al punto que ante situaciones excepcionales, hay medidas excepcionales.
Si niños y niñas necesitan más de nuestra compañía, debemos estar ahí. Si necesitan pasarse a nuestra cama, se lo podemos permitir.
No podemos negar la realidad, como ya mencionamos, por lo tanto, si bien hay que intentar mantener rutinas debemos ser capaces de entregar, con todos nuestros recursos personales, calma y certezas en un contexto de movimiento, cambio y transformación.
Niños y niñas necesitan que los adultos les entreguemos seguridad de nuestra presencia y con nuestra presencia.
En un escenario como el que se vive en todo Chile, muchas rutinas se alteran. Niñas y niños dejan de asistir al jardín infantil o la escuela, deben caminar más de lo habitual o salen menos a jugar a la calle.
Hay situaciones que dependen de los adultos, pero es importante que en los hogares mantengamos algunas rutinas, como la hora de comer o de bañarse, pues eso aporta a la sensación de seguridad lo que contribuye a la calma.
La importancia de no exponer. Ha habido mucha discusión sobre si llevar o no a los niños y niñas a las marchas. Si bien es decisión de cada familia, considerando además lo que sucede en cada territorio, es importante evaluar si los niños y niñas toleran bien el ruido, las aglomeraciones, y el calor, entre otras variables.
Si ya sabemos que nuestros niños y niñas no se sienten bien en espacios con esas características es mejor no exponerlos. En el caso de que los niños y niñas asistan a una marcha se sugiere permitirles que lleven un objeto que los haga sentir más seguros, para algunos será el tuto, para otros una muñeca o un peluche. Ojo, ¡hay que cuidar a ese objeto!
Con relación a las redes sociales y la televisión, lo ideal es que no vean imágenes de violencia, ni que estén permanentemente escuchando noticias de desastres y tensión, pues se genera una sensación de caos y temor permanente que daña el cerebro, el establecimiento de conexiones neuronales, así como el desarrollo de la empatía. Esto es especialmente crítico en niños y niñas menores de tres años.
Y no olvidemos la importancia de jugar. El juego es el lenguaje de la infancia. Por medio del juego se aprende, se expresa y se procesan las experiencias. Aunque a veces sea complejo, hay que generar las instancias para que niñas y niñas sigan jugando. En casa con los adultos, en espacios públicos con otros niños y niñas. En el juego, ponen todo su ser por lo tanto, si le quitamos el juego a un niño es como si le quitáramos la palabra a un adulto, de ser así, ¿qué nos pasaría?
Por último, si bien el objetivo inicial de estas líneas es compartir algunas ideas respecto de cómo acompañar a niñas y niños durante este escenario de movimiento social, es imposible no esbozar algunas reflexiones sobre el sistema que ha imperado en Chile y que, de algún modo, se refleja en las nociones tradicionales de crianza aún vigentes en nuestra sociedad.
Ese sistema, que con este movimiento ha sido cuestionado, criticado y problematizado, ha sido el de la obediencia a la autoridad, el de la obediencia plena sólo porque el otro es más grande, el de la obediencia sostenida en el miedo. Muchas veces los adultos esperamos que niños y niñas “nos hagan caso” porque somos los grandes, porque somos los que mandamos, sin mediar explicaciones, diálogos ni escucha activa y empática.
Es decir, muchas veces hacemos con nuestros niños y niñas lo mismo que el Estado hace con nosotros. Entonces surgen las preguntas y las reflexiones. Y que surjan y se multipliquen, estamos en el momento de replantearnos no solo nuestro rol como sujetos de obediencia, hasta ahora, sino también como promotores de la obediencia ciega de la niñez.
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