Es tiempo de cambiar la historia. De conversar, construir y regular. De convertir la salud en un proceso comunitario que abrace cada hito de nuestras vidas. De vencer el miedo al que estamos condicionados.
Por siglos la salud ha sido considerada como un instrumento de respuesta a necesidades específicas, en su mayoría solamente asistencialistas.
Así pasa el tiempo sin mesura y lo que finalmente enfrentamos sigue siendo la enfermedad, postergando una construcción sanitaria que podría ser tan, pero tan hermosa y poderosa, como ni siquiera llegamos a imaginar.
Llegamos tarde, no tenemos conciencia de nuestros cuerpos ni de nuestras mentes, tampoco de cuánto influye nuestra alimentación, nuestro trabajo y nuestro medio ambiente en la posibilidad estar sanos o acercarnos lo más posible a ello.
No hablamos del dolor ni de la muerte.
Vivimos inmersos en una vorágine normativa y represora porque estamos acostumbrados a pensar que los límites nos hacen mejores personas, sin siquiera darnos cuenta de que muchas veces nos limitamos también en la capacidad de caminar hacia otras formas de vida, mucho más solidarias y empáticas.
Quizá ya es hora de pensar que lo “diferente” no siempre constituye una amenaza sino una posibilidad.
Por ejemplo el cannabis, que no sólo se manifiesta como protagonista de una discusión que no es para nada un asunto moderno. Porque, si miramos hacia atrás, es posible encontrarla inmersa en procesos históricos a través de distintas facetas, materia prima, planta de culto sagrado, de uso medicinal y recreacional, alimento milenario y tantas otras.
Sin embargo, su validez se ha expuesto constantemente al cuestionamiento desde el conservadurismo y el control social, porque al parecer constituiría un peligro para la sociedad, ya que las palabras responsabilidad, autogestión y autorregulación no tienen siquiera un mínimo espacio en nuestras vidas.
En medio de este caos y este peligro inminente que implicaría la mera existencia de esta planta para muchos y muchas, es necesario mirar otras realidades, aquellos países vecinos - y otros no tan cercanos-, que avanzan en su regulación, particularmente de su uso medicinal.
Se hace patente la necesidad de reflexionar acerca de cuál ha sido el avance, la experiencia clínica de los médicos y terapeutas expertos en cannabis medicinal, sumados a la valiosa experiencia vivencial de miles de pacientes en Chile y en el mundo, acercándose al cannabis en sus distintos formatos y dosificaciones.
¿Cuál ha sido el carácter de las demoras que impiden una mínima regulación que proteja a los usuarios medicinales de cannabis, evitando así que sean tratados como delincuentes?
Se vuelve necesario lograr identificar los intereses de una lógica imperialista y capitalista, que mira con ojos de mercado una veta que nos pertenece.
Ser capaces de levantar y compartir los casos en los que se han abierto las puertas a un consumo, además de responsable, urgente y necesario.
Es tiempo de saber del trabajo silencioso de una red solidaria anónima, que es la punta de lanza para romper los tentáculos del narcotráfico y la sobre medicamentalización. Es tiempo de tener una mirada desde la salud pública, más sólida, más participativa.
Autocultivo seguro, consumo responsable, acompañamiento. Eso y mucho más nos espera si sabemos cohesionarnos e informarnos desde los medios más verídicos.
Solo depende de si somos capaces de ver en otras personas la sabiduría empírica que no se detiene; esa que nos define como pueblos autónomos y nos hace crecer en el aprendizaje.
Hay que insistir, vencer el miedo y los prejuicios.
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