En 2019, el Departamento de Epidemiología de Ministerio de Salud llegó al cálculo de que cerca de la mitad de los chilenos viven con dos o más patologías crónicas, alcanzando a más de 9,7 millones de personas. Además, estas enfermedades supondrían la principal demanda sanitaria (sobre todo en la atención primaria) y la principal causa de muerte en Chile y el mundo, según la Organización Mundial de la Salud.
Hace pocos meses, un estudio sobre envejecimiento, enfermedades crónicas y factores de riesgo -elaborado por el Observatorio del Envejecimiento-, mostró que la mortalidad causada por estas patologías había aumentado del 73% al 86% en los últimos 20 años en nuestro país, revelando que la fórmula asistencialista y curativa establecida en nuestro sistema no está siendo lo suficientemente eficaz para enfrentar los desafíos que representa el manejo de estos pacientes en la actualidad.
Pero evitar la muerte no es el único objetivo. Estas condiciones generan un deterioro funcional de los pacientes, pudiendo llegar a discapacidades o a la dependencia total o parcial, lo que produce un costo económico de importancia no sólo al sistema, sino que también a muchos presupuestos familiares, así como una carga emocional para el paciente, sus cuidadores y su entorno.
Aun cuando hoy existe mayor conciencia y herramientas médico-farmacológicas para el tratamiento de estas condiciones, el gran reto está en la prevención, a través de la educación (desde la temprana edad y manteniéndose hasta la vida adulta) y el acompañamiento de personas con factores de riesgo por hábitos o condiciones hereditarias.
Cada febrero se conmemora el Día Mundial del Enfermo, buscando visibilizar y solidarizar con aquellos que sufren alguna afección en las distintas comunidades. Desde nuestro rol de químicos farmacéuticos es clave ejercer una función preventiva y de vigilancia con aquellos que, por ejemplo, se acercan a las farmacias buscando la solución o consejo acerca de un síntoma que puede estar evidenciando el desarrollo de una patología mayor.
Cambiar esta visión depende no sólo de cada persona -a través de acciones de autocuidado como tener un estilo de vida saludable que incluya una alimentación sana y la práctica de ejercicios-, sino también del trabajo mancomunado de varios actores sociales, que van más allá de los profesionales de la salud, con el objetivo de reducir la exposición a factores de riesgo e incrementar la presencia de factores protectores de la salud, junto con el diagnóstico precoz, tratamiento y seguimiento adecuado de cada uno de los pacientes.
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