Hace pocos días Senda dio a conocer el décimo tercer estudio de Población General destacando una disminución significativa en el consumo de Marihuana y un aumento de la percepción de riesgo; por otro lado, el consumo de alcohol cae, pero aumenta la embriaguez, a la par de disminuir su percepción de riesgo.
De allí nos parece evidente que ambos conceptos están fuertemente relacionados y el trabajo de la autoridad debe ser comunicar la evidencia y desarrollar una oferta preventiva de calidad a fin de dar herramientas a los padres, las escuelas y la comunidad para crear factores protectores.
Esto que nos parece un camino claro de acción, y en que se ha avanzado estos años, debe reconocer por sobre todo que el consumo de drogas y alcohol es profundamente desigual y que afecta en mayor proporción a los segmentos bajos. Destruye el potencial de familias enteras para superar la exclusión social y la pobreza, donde las mujeres van aumentando su adicción al alcohol con los años.
No obstante, la predominancia tradicional en los hombres, donde la entrada a la adicción ya no define una permanencia breve, sino que se va cronificando en el tiempo, llegando a segmentos de mayor madurez.
La droga se enquista en el desarrollo, es precursor de comportamientos antisociales en muchos casos, y sin una respuesta oportuna, abre los espacios a mayores evulneraciones.
El Estudio desmitifica, por ejemplo, que la cocaína se consume mayormente en segmentos altos, sino en los bajos, también nos muestra que son los segmentos altos los que van abandonando la marihuana.
Parece ser que la prevención y el control a la disponibilidad de drogas tienen una realidad territorial y a la vez una expresión socioeconómica como la mayor parte de toda la exclusión social que nos enfrenta a las consecuencias de la desigualdad.
Por eso cuando luchamos contra las drogas lo hacemos contra la desigualdad, lo hacemos contra la inequidad que segrega, la que cierra la posibilidad a niños y jóvenes de crecer en una ambiente sano, lo hacemos luchando porque las familias cuenten con mayores posibilidades para que sus padres se comuniquen con sus hijos, lo hacemos con áreas verdes, donde los niños aprendan a socializar y compartir, con los servicios públicos que le arrebaten a la “mano” del Narco el ser el dueño del territorio, la hacemos en la escuela que incluye y en la comunidad que cuida.
La lucha contra las drogas es más que controlar su venta o consumo, es romper las barreras que impiden que tengamos familias fuertes, integradas socialmente, con oportunidades, niños que jueguen y sean felices, que tengan referentes positivos y estándares claros.
Por eso que este informe, que nos muestra una buena noticia, también nos enfrenta a una cruda realidad, la droga está matando a los que menos posibilidades tienen, a los que han sido siempre marginados. Si la sociedad chilena está de pie contra el abuso, no puede ser indiferente al que se instala contra los más débiles y excluidos.
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