Celuadictos, ¿la generación del presente?

La reciente hospitalización en estado grave de un joven que se lanzó del tren para coger su celular, la detención de un obrero inglés por negarse a dejar de utilizar este aparato en el avión, la posición encorvada de miles de usuarios en el Metro, unido al creciente uso en los gimnasios, son síntomas claros que la masividad es la conducta habitual sin desconocer los peligros que encierra para la salud mental de los usuarios.

Los beneficios son indiscutibles: medio instantáneo de contacto con la familia y amigos, objeto que posee información de la más amplia gama, economía en el lenguaje en la medida que se utiliza un sistema de rituales creados para tal fin, escuchar programas y música, bajar aplicaciones, uso de Gps, tomar fotos, grabar, envío de archivos, manejo con movilidad simple, uso de juegos que simplifican el extenso tiempo de viaje, medios de lectura y estudio, incluso como reloj despertador, etc.

Sin embargo, avalando las innumerables aplicaciones positivas, desde la Humanología se ha hecho un estudio exhaustivo de los comportamientos que van asociados a las carencias o desajustes que implica, descubriendo una gama inmensa de características que deterioran al ser.

Entre ellos se encuentran los referidos a los procesos de incomunicación con lo real a partir de la virtualidad, la asociación de este instrumento con la prolongación de la mano impidiendo separarlo de ésta, la dependencia diaria del objeto al constituirse en un órgano asociado a la vida biológica, el estrés extraordinario al centrar la atención en la recepción permanente de mensajes (incluso creyendo recibirlos aunque no sea así), el quiebre del diálogo en presencia del otro al dejar inconcluso el acto comunicativo por atender la llamada, todos los cuales inducen a pensar que se está construyendo una identidad asociada a problemáticas internas que deben ser miradas con atención.

En el caso del aparato educativo se ha constituido en un problema general especialmente cuando las clases participativas se ven interrumpidas por un estudiante cuya concentración está en el objeto y no en los contenidos recibidos, considerando un derecho tenerlo permanentemente activado, además de afectar notablemente la capacidad de reflexión puesto que la reducción del lenguaje incide desfavorablemente en la potencialidad creativa.

Pensar se ha convertido en un verbo alejado de la realidad. Si el porcentaje de uso fuera directamente proporcional al empleo en actividades productivas académicamente el resultado sería completamente diferente.

La celuadicción es el apego extremo a este instrumento, el cual se convierte en parte indispensable de la vida del individuo y cuya falta significa un conflicto para su poseedor, logrando que lo virtual se convierta en una prioridad ante lo real, lo humano, lo concreto.

En este sentido, la tecnología no tiene responsabilidad en este hecho pues es conducida por personas. Por tanto, pese a no ser un asunto de Estado, el sistema educativo y de salud tendría que poner atención rápida en este fenómeno que, de no ser atendido con prontitud, puede conducir a una generación verdaderamente incomunicada, e incluso solitaria, pese al uso permanente del mensaje.

Tal vez llegó la hora de hacer un silencio para pensar en los nuevos caminos que puede otorgar el desarrollo tecnológico antes que sea demasiado tarde.

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