¿Consumismo revolucionario?

Se inicia el Cyber Monday, con su proliferación de ofertas y sus coloridos escaparates virtuales, que en primera instancia hacen pensar en un país en plena prosperidad y normalidad. Se inicia, sin embargo, en un marco de derrumbe de las instituciones, de desconfianza generalizada frente al sistema político, donde literalmente se abren día a día nuevas cajas de pandora que aumentan el desprestigio de la élite.

Se inicia, además, en el contexto de una crisis económica aún no superada como efecto de la pandemia, con el agravante de la discusión migratoria y con muchas incertidumbres con respecto a nuestro futuro inmediato y de largo plazo como sociedad.

Pero, con todo, se inicia y habrá una proporción no despreciable de la población que hará uso de este festival consumista. Recursos para ello parecen haber y más de algunos ya tienen contemplado para estos efectos el aún incierto cuarto retiro de fondos previsionales.

¿Espejismo, volador de luces, anestesia con la cual los sectores dominantes pretenden adormecer a las masas y sacarlas de su ímpetu contestatario? Esta afirmación, que podría desprenderse de una visión izquierdista clásica, parece ya no ser válida para comprender los complejos fenómenos que enfrentamos como sociedad.

Lo cierto es que, guste o no, la mentalidad de consumo es consustancial a una parte no despreciable, incluso mayoritaria de la población. Pero aunque parezca contradictorio, ello no aplaca la crítica y el descontento generalizado con el sistema. Protesta y consumo van por lo visto de la mano, lo que debe hacer reflexionar a las cúpulas políticas en tiempo de elecciones y cambio.

Se equivocan quienes desde la derecha piensan que la mentalidad de mercado finalmente anulará las ansias de transformación política y económica. Se equivocan, también, quienes desde la izquierda fustigan este comportamiento consumista -lo que se suele observar en las redes sociales- y no lo tienen en cuenta en el diseño de sus proyectos políticos.

En un contexto cambiante y líquido como pocos en nuestra historia, cometer errores de apreciación con respecto a los comportamientos sociales puede resultar fatal para cualquier proyecto político. Lo estamos experimentando a diario.

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