Descontentos e indignados
El reportaje que presentó Chilevisión, hace una semana, causó hondo impacto al ver a niños y jóvenes manejar armas de fuego con una destreza que la opinión pública en su mayoría desconocía.
Diversas son las opiniones que vierten los espectadores de situaciones tan violentas y que probablemente creían que aquello no existía en ningún rincón de Chile.
Se trata, por un lado, de explicar estos fenómenos desde el punto de vista social, psicológico y familiar. Por otro, algunas personas quedan estupefactas y no atinan a otra cosa que a decir que la juventud está perdida, sin vuelta, sin horizontes, ni posibilidades de cambio.
Es verdad que no deja de ser aterrador, para cualquier televidente, ver imágenes tan descarnadas como a un niño de no más de 13 o 14 años, quizás menos, disparando fusiles, escopetas y revólveres a discreción, sin ningún tipo de restricción, con las consecuencias impredecibles para transeúntes, vecinos, vehículos y las cientos de casas que se ubican alrededor de quienes se entretienen con esos juguetes.
Ahora lo vimos por televisión, pero sin duda que lo que se mostró, con la mayor de las crudezas, no es un hecho aislado, pues se sabe que en otras partes del gran Santiago, como también en algunas comunas de ciudades de provincia, estos son hechos comunes, manteniendo a la población que es testigo y espectador de aquello en vilo con un alto grado de angustia, temor y desconcierto.
¿Es que tenemos que aceptar que lo que está ocurriendo y se nos muestra a cada tanto sea en el futuro una constante y parte esencial de nuestra geografía urbana y comunitaria?
Creemos que de ninguna manera, pero si no asumimos que lo que está sucediendo en algunos puntos específicos del territorio nacional es una muestra significativa del descontento y desánimo de quienes se sienten dañados, marginados, no escuchados, no tomados en cuenta y lo que podría ser mucho más estremecedor y grave es que no encuentran un lugar en donde puedan expresar sus odios, resentimientos, penas, amarguras y llantos.
Son niños y jóvenes que han perdido el sentido de arraigo, carecen de todo lo necesario para soñar y proyectarse, han perdido familia y vínculos afectivos, lo que les rodea lo ven ajeno, son asediados, perseguidos y estigmatizados. En muchas ocasiones son culpados, maltratados y condenados a privación de libertad, sin ninguna responsabilidad objetiva.
Todo lo expresado va generando un cúmulo de contradicciones en la mente y el corazón de cualquier individuo, máxime cuando se trata de niños y adolescentes en proceso de desarrollo humano, espiritual, psicológico y afectivo. ¿No será esto lo que les ocurre a ese pequeño grupo de descontentos e indignados que aprovechando las marchas estudiantiles se desbordan y destrozan todo lo que está a su paso?
El reportaje presentado tenía su colofón con una gran noticia que debería llenar de esperanza y optimismo. Un grupo de jóvenes universitarios del proyecto
Formando Chile conscientes de su responsabilidad social
tomaron la noble decisión de vivir en la misma población de esos niños y jóvenes pistoleros.
Desde hace un par de años se establecieron en una casa del sector, en la población La Pincoya y luchan por ofrecer nuevas alternativas a quienes pensaban que ya no tenían futuro. En un proceso de intercambio de diálogo, juegos, estudios y por sobre todo amistad verdadera, escuchan, acogen y buscan las maneras más adecuadas para que las heridas y dolores de los maltratados puedan sanar, los marginados vuelvan a confiar, a sentirse parte y constructores de esta sociedad, a vivir en un clima de armonía a creer y esperar.
Como sociedad no nos podemos permitir que un joven mate a un carabinero ¿qué nos está pasando? ¿ por qué permitimos que eso suceda?
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