La muerte Enrique Dussel obliga a detenerse en lo que significa pensar críticamente en nuestro continente. Más allá de su invaluable aporte personal, que está siendo justamente relevado en estos días, su partida es ocasión para hacer un balance y proyectar hacia el futuro el programa dusseliano, que se inscribe dentro de una tradición académica mucho más amplia que converge en el objetivo de situarse en nuestro marco territorial y temporal, pero con una perspectiva de alcance global.
La obra de Dussel no se entiende al margen de un conjunto de otros aportes al pensamiento latinoamericano, que se han configurado por capas sucesivas y acumulativas. La genealogía de este proceso no parte en los años 60, como se suele afirmar, sino que bebe de fuentes más amplias y anteriores, con autores como Bartolomé de las Casas, José Carlos Mariategui, Francisco Miró Quesada, Leopoldo Zea, Edmundo Ogorman, Arturo Ardao, Rodolfo Kusch, Arturo Roig, Emilio Uranga y en nuestro país en cimientos que hay que buscar en Francisco Bilbao y José Victorino Lastarria, hasta llegar a Eugenio González Rojas, Alejandro Lipschutz o Gabriela Mistral, claves para despuntar la pregunta por el lugar existencial de América Latina en el mundo.
A este acervo seminal se debe agregar un contexto inmediato: la conformación de una escuela económica desarrollista que se configura desde las distintas teorías de la dependencia, con Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso, Ruy Mauro Marini, Andre Gunder Frank, Theotonio Dos Santos, Vânia Bambirra que transitaban entre la naciente CEPAL y centros de investigación como la Escolatina, pero en diálogo con los movimientos sociales y sindicales de la época. Paralelamente, se inician en nuestro continente las ciencias sociales como disciplinas plenamente autónomas y profesionalizadas, con referentes como Gino Germani, Silvia Sigal, Hugo Zemelman o Pablo González Casanova.
Este marco permite entender la emergencia de las escuelas de pensamiento postcolonial y decolonial como las que han construido Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Santiago Castro Gómez, Rita Segato, Arturo Escobar, Ramón Grosfoguel o María Lugones, sin las cuales no es posible entender el curso de la obra de Dussel, que se ha nutrido desde los debates específicos con estas perspectivas, que amplían su análisis mediante el recurso a la Antropología y los estudios culturales y literarios.
Otra relación fundamental en la obra dusseliana es el vínculo con las teologías de la liberación, sin las cuales no se explica la singularidad de su propia filosofía de la liberación. Cabe situar a Dussel en un proceso ecuménico y teologizador que es más que un desarrollo académico disciplinar. La obra de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Juan Luis Segundo, Jon Sobrino y tantos otros teólogos le regaló una riquísima experiencia vital, que se evidencia en la praxis de las comunidades de base, organizaciones de defensa de los derechos humanos, economía popular, instituciones de resistencia y solidaridad, lucha por la reforma agraria y la construcción de movimientos y partidos políticos de cuño cristiano que avanzan gradualmente hacia perspectivas plenamente laicas, feministas y emancipadoras. Este es el ambiente que da a su obra la riqueza de la vida concreta, en ebullición y construcción colectiva, que supera la elaboración teórica y se deja inundar por la emergencia de la contingencia humana y la facticidad del poder.
Dussel se acercó a la teología a partir de su experiencia biográfica, pero también desde su lectura de la tradición bíblica, a la que denominó el "humanismo semita". Esta aproximación se enriqueció del dialogo con Emmanuel Lévinas, quién le permitió pensar con Heidegger, pero contra Heidegger. Y en ese diálogo descubrió la plena universalidad de la condición latinoamericana. Así, Dussel pudo descifrar lo singular de América Latina sin localismo, sin autorreferencia, al interpretar el sistema-mundo como un todo, desde un enfoque que se sitúa "más-allá", y de manera "anterior" a las estructuras valoradas por la cultura moderna. Por eso, su obra arriba a la idea central de transmodernidad, como ampliación epistémica del orden ontológico establecido por la Modernidad, necesario para entender nuestra imbricación a esa modernidad de forma fragmentaria e incompleta.
Este tipo de intersecciones es la que le llevó a Dussel a establecer su largo y fecundo diálogo con Karl Otto Apel, debate que nos legó ciertas claves de lectura de la ética del discurso, que asumiendo radialmente la fundamentación intersubjetiva y formal de Apel y Habermas, también se pregunta por las asimetrías en las que operan los lugares de enunciación de los sujetos en nuestro contexto social específico. La obra de Enrique Dussel revela que el pensamiento latinoamericano sólo se puede comprender en un debate crítico global, con el afán de interpretar América Latina como parte de un todo. Por eso, el desafío que deja su filosofía de la liberación es establecer las condiciones de posibilidad para un diálogo que se postule simétrico e incluyente, pero en condiciones de asimetría estructural. Ese es el programa que el pensamiento de Dussel nos
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