Como médico, he dedicado mi vida al estudio de las enfermedades y a la búsqueda incansable de sus causas, sus vías de transmisión y, por sobre todo, sus curas. Hoy, en mi rol como presidente de la Comunidad Judía de Chile, también observo con honda preocupación un fenómeno que se propaga como una pandemia y que exhibe un comportamiento paradójicamente similar: el odio. En el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio, este 18 de junio, es imprescindible que reconozcamos que el prejuicio, la desinformación y la violencia verbal son, en esencia, agentes patógenos de nuestro tejido social.
La primera lección que nos brinda la epidemiología es que cualquier agente contagioso prospera cuando encuentra un huésped vulnerable. En el ámbito de la salud, ese huésped puede ser un ser organismo debilitado y en la esfera social, es aquel individuo o colectivo expuesto al miedo, la ignorancia o la soledad. Las redes sociales y algunos medios de comunicación, a falta de filtros rigurosos, se convierten en focos donde los mensajes de odio encuentran espacio, se reproducen y saltan de un receptor a otro con alarmante facilidad.
Como médico, sé que la vacuna más efectiva contra un patógeno es la prevención. En el plano social, esa prevención empieza por la educación crítica y la empatía. Es indispensable enseñar a nuestras comunidades, especialmente a las generaciones más jóvenes, a identificar las mentiras, a cuestionar las acusaciones que apelan a estereotipos históricos y a distinguir entre la legítima libertad de expresión y la apología del desprecio. Solo así lograremos generar una "inmunidad colectiva" capaz de frenar la propagación de discursos que deshumanizan al prójimo.
Sin embargo, la prevención por sí sola no basta. Cuando el odio ya ha calado hondo, en forma de insultos, fake news o negación de hechos históricos, se requiere una intervención activa: el diálogo abierto, la reparación de daños y el acompañamiento a las víctimas. En hospitales, cuando detectamos un brote, activamos equipos de contención, rastreadores de contactos y protocolos de aislamiento. De igual modo, en nuestra sociedad debemos contar con instancias donde las voces agredidas sean escuchadas, se esclarezcan los hechos y los responsables rindan cuentas.
La experiencia clínica me ha enseñado también que la sanación no solo es individual, sino que involucra a toda una comunidad. Para curar a un paciente; es necesario fortalecer el entorno, educar a la familia y promover hábitos saludables. En el combate contra el discurso de odio, debemos involucrar a todos los actores: instituciones educativas, medios de comunicación, organizaciones civiles y autoridades públicas. Cada uno tiene un rol decisivo en la construcción de un ambiente de respeto y tolerancia.
Este 18 de junio hago un llamado a todos los ciudadanos de Chile a responsabilizarnos: no seamos espectadores pasivos. Si presenciamos un comentario doloroso, alzamos la voz; si se difunde una información falsa, la desmentimos; si un espacio digital se impregna de insultos, lo limpiamos con contenidos que celebren la diversidad y el entendimiento mutuo. Porque, al igual que un virus, el odio encuentra en el silencio y la indiferencia su mejor caldo de cultivo. Y sólo con una respuesta colectiva podremos lograr la inmunidad moral que garantice una convivencia más sana y solidaria. Como bien decía el filósofo y escritor Edmund Burke, "para que el mal triunfe, basta con que los hombres buenos no hagan nada".
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