Emociones que deciden una elección: lectura necesaria para comprender el Chile de hoy

Las elecciones de este domingo 16 de noviembre dejaron algo más que resultados: dejaron expuesto, una vez más, el mapa emocional que atraviesa a Chile. El triunfo de Jeannette Jara y el paso a segunda vuelta de José Antonio Kast no solo representan proyectos políticos distintos, sino también formas diferentes de interpretar lo que el país siente, espera y teme. En cada votación, lo que realmente se mueve no son solo preferencias políticas, sino emociones profundas que ordenan nuestras decisiones.

La filósofa Martha Nussbaum insiste en que las emociones no son irracionales, son juicios sobre lo que valoramos. En política, esos juicios se activan con más fuerza cuando sentimos que algo importante está en riesgo. Y sus estudios muestran tres emociones que, de manera consistente, influyen decisivamente en el voto: la rabia, la aversión y el miedo. Emociones que nos llevan a protegernos del "otro", a alejarnos de lo que percibimos como amenaza y, muchas veces, a votar no por quien preferimos, sino por quien creemos que "hará menos daño".

Esta elección lo mostró con claridad. Mientras un sector votó desde la esperanza, alegría, orgullo, interés genuino por un futuro distinto, otro lo hizo desde la frustración y el cansancio: la inseguridad en el barrio, los sueldos que no alcanzan, la incertidumbre económica, el miedo a que lo logrado se pierda. Son experiencias cotidianas que se transforman en emociones políticas. Por eso, las ideologías explican poco si no miramos el clima emocional que las sostiene.

Hay curiosidad por lo que viene, intriga por el desenlace del 14 de diciembre, preocupación por la estabilidad y también alivio para quienes ven una opción de cambio. La razón y la emoción no compiten; conviven. Y como muestran los estudios de psicología política, el vínculo emocional entre elector y candidato pesa más que cualquier programa. Cuando ese vínculo no existe, aparece el voto del "menos malo", el voto que intenta minimizar el temor antes que maximizar la esperanza.

Lo que vemos es un país que pide ser escuchado desde lo que siente. La política ya no puede ser solo gestión técnica; debe ser también lectura humana. No se trata de manipular emociones, sino de comprenderlas: qué angustia a las personas, qué les indigna, qué las hace dudar y qué les devuelve la esperanza en un futuro común.

Si Chile quiere avanzar, necesitamos asumir que la conversación política no puede seguir desconectada de la conversación emocional. Somos un país que vota con el corazón: con sus miedos y sus deseos, con sus historias y sus heridas. Y comprender ese paisaje emocional es una responsabilidad ética para quienes aspiran a conducir al país.

Las próximas semanas serán intensas. Y no solo en lo político: serán intensas emocionalmente. Entender esas emociones no solo ayuda a leer el resultado, también permite interpretar lo que Chile está tratando de decir, aunque a veces lo exprese con rabia, con temor o con esperanza. Porque, al final, la democracia no solo se construye en las urnas, sino en lo que sentimos al llegar a ellas.

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