El trágico incidente ocurrido durante la marcha de instrucción de los conscriptos de la Brigada Motorizada N° 24 "Huamachuco" ha dejado al descubierto una serie de dilemas que subyacen en la cultura militar, así como en la noción misma de masculinidad y poder. La historia de Franco Vargas, un joven de apenas 19 años cuya vida se apagó en turbias circunstancias turbias un fatídico entrenamiento, no solo nos conmueve como padres sino como sociedad. Esto nos obliga a reflexionar sobre la mirada castradora del macho alfa y los roles predefinidos de género que persisten en nuestra sociedad.
Desde una mirada crítica, el relato de lo sucedido revela una realidad desgarradora: jóvenes que, bajo el peso de las órdenes y la presión de demostrar su valía como hombres, se ven arrastrados a situaciones extremas que desafían su integridad física y emocional. La vulnerabilidad de estos conscriptos, expuestos a un entorno hostil y deshumanizado, choca de frente con la imagen de masculinidad forjada en la rigidez del sistema militar. ¿Qué deben demostrar jóvenes de 18 y 19 años? ¿O es el jefe al mando que se valida y trata de imponerse frente a su potestad de mando?
En este caso, la falta de empatía nuevamente es tema y nula sensibilidad por parte de los superiores se traduce en humillaciones y abusos físicos. El episodio de Franco, quien expresó su malestar y fue ignorado, evidencia la fragilidad de un sistema que prioriza la obediencia ciega sobre el bienestar humano.
Pero este no es un caso aislado. La posterior reacción en cadena de malestares físicos y psicológicos entre los reclutas revela un patrón de negligencia e irresponsabilidad institucional. El intento de suicidio de uno de los conscriptos es un claro indicador del impacto devastador que estas prácticas pueden tener en la salud mental de los jóvenes reclutas.
En el corazón de cualquier institución militar yace una verdad innegable: detrás de los uniformes y las órdenes hay seres humanos con emociones, necesidades y vulnerabilidades. La tragedia de Franco Vargas y sus compañeros es un recordatorio doloroso de la importancia de reconocer y abordar la dimensión emocional en la formación de líderes militares, tal como se vivió en Antuco años atrás.
Por eso es vital sumar la educación emocional en líderes a cargo de tropas y esto no es un lujo, sino una necesidad imperativa en la preparación de quienes tienen la responsabilidad de liderar a otros en situaciones extremas. Capacitar a los líderes de las Fuerzas Armadas, la regulación de sus propias emociones y en la comprensión empática de las experiencias de quienes están bajo su mando no solo fortalece la cohesión y el rendimiento del equipo, sino que también puede salvar vidas.
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