Cuando imaginaba el título de esta columna, la llamaría "explosión femenina". Después, pensé, que aludir a lo obvio no ayuda mucho. Si alguien no sabe sobre las manifestaciones en Barcelona por la injusta sanción a la manada, no ha leído los relatos de #cuentalo en twitter, no ha revisado las demandas de las tomas feministas en las universidades de nuestro país o no se ha dado cuenta de la molestia generada por el polerón sexista del Instituto Nacional, es probable que no comprenda de lo que estoy hablando y quizás estas líneas no le hagan sentido. Ahora, si nos abrimos a la comprensión podemos ver que hay rabia, mucha rabia contenida, por miles de años; sí, miles de años.
La rabia viene del dolor, de saber que la cultura del abuso contra la mujer es algo que está en nuestros cuerpos, en el uso del lenguaje cotidiano, en nuestras emociones. Día a día nuestras hijas, madres y compañeras conviven con el miedo. En una sociedad sexista como la nuestra, ser mujer ya es un acto de rebeldía.
En lo personal, no ha sido fácil. He leído muchos textos de feminismo, género, historia de las mujeres. He participado en talleres, he escrito sobre la temática. Aún así, mi cuerpo, mis emociones, mi lenguaje cotidiano contiene trazas de machismo. En el actuar cotidiano me doy cuenta de nuestros privilegios como hombres.
También, soy capaz de observar que la cultura patriarcal nos expulsa del espacio doméstico y nosotros, de modo condescendiente, nos dejamos expulsar de ese espacio poco valorado de nuestra sociedad productivista. Es imposible empatar en la exclusión. La negación del espacio privado no tiene la misma repercusión que la dificultad por ocupar el espacio público.
Se señala que el espacio doméstico es liderado por la mujer, pero incluso ahí mantenemos nuestros privilegios.
A esta reflexión convoco a los hombres, ¿tú, amigo, hermano, compañero, colega? tú que sabes de lo que estoy hablando, ¿qué piensas? ¿Crees que es un grito histérico? Lo siento, te cuento que es un grito histórico. No hay vuelta atrás. No temas, no se trata de perder privilegios, se trata de compartirlos.
A mis estudiantes les recuerdo que solo hace un par de siglos las mujeres no podían entrar a la universidad. Hace menos de un siglo no podían votar. En muchos cargos aún reciben menos salario que sus colegas hombres.
Claro, resulta extraño que las mujeres se molesten por algo que “ha siempre ha sido así”. Hay momentos en la historia en que nos acostumbramos a la desigualdad. Pero esa rabia y ese dolor se están transformando un grito que despierta una conciencia igualitaria. No es un ataque a los hombres, es un llamado a una transformación social en la que nos compete un rol. Es un clamor. Es un grito que retoma la lucha de siglos que ha dado el movimiento feminista.
Durante las últimas tres semanas he escuchado tanto, aquello que denomino como "el dolor de las mujeres". El dolor femenino me ha hecho llorar, de tristeza y de vergüenza por estar al lado de los que tienen el poder. Cuando la toma de conciencia se confunde con la culpa, te avergüenza el hecho de estar en el bando de los abusadores. Por acción o por omisión.
Y comienzo a preguntarme ¿de cuántos abusos soy parte en el día a día?
¿Cuántos chistes sexistas he soportado en nuestros grupos de machitos riendo alrededor de la parrilla? y si aparece una observación más reflexiva recibimos la respuesta: "es solo una talla".
¿Cuántas veces dejamos pasar los mensajes misóginos en nuestros facebook, nuestros grupos de whatsapp de familiares o amigos?
Si estas reflexiones te hacen sentido, es que te has dado cuenta de que el problema no es el dolor, sino es aquello que causa el dolor. Y sabrás que estamos imbuidos en esa cultura patriarcal y no nos damos cuenta. Pero ahora aparece un grito de libertad que podemos escuchar. La invitación para todos nosotros, en este momento es a escuchar, escuchar ese dolor, la rabia, la tristeza.
Escuchemos lo que nos están diciendo las mujeres de nuestro país, del mundo entero. No es un caso, no es una persona. Es universal. Escuchemos y es probable entender que la cultura de la violación está presente en el día a día.
También, comprender cómo las “bromas” misóginas se vinculan con hechos más dramáticos como los femicidios. Solo así comenzamos el acompañamiento a las reivindicaciones de la hermosa ola feminista.
Por ahora, escuchemos el dolor/clamor. Reflexionemos acerca de nuestros privilegios, nuestro poder, que son la contraportada del mismo libro. Escuchemos ese dolor femenino que está a nuestro alrededor. Vamos más allá de las noticias en los medios.
Preguntémosle a nuestras compañeras, nuestras hijas, madres, mujeres al lado nuestro, si se han sentido violentadas sólo por el hecho de ser mujer. Ahí está el dolor/clamor.
En ese espacio íntimo está la llave, la llave de nuestra puerta interior; esa será la puerta que nos permitirá cruzar el umbral de nuestros miedos para abrazar la causa feminista.
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