La ley Antonia, vigente desde diciembre 2022, es un proyecto para generar una desigualdad legal y permanente en contra de los varones cada vez que sean acusados por una mujer. Así se verifica cuando define la violencia de género: "Se entenderá por violencia de género cualquier acción u omisión basada en el género, que causare muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer".
Sufrimiento a la mujer. ¿Y al hombre? La ley Antonia sólo se aplica a mujeres en contra del varón e impide que estos la puedan usar contra una mujer o contra un varón que practica violencia de género contra varones. Por eso, jamás se verá a una mujer condenada por violencia de género, la haya realizado o no. La violencia femenina de género no existe para la ley Antonia. Para ésta, no hay mujeres, sino ángeles. Chile es el único país del mundo para cuya ley las mujeres no pueden causar violencia de género. Se requiere evitar violencia de género contra mujeres, pero también contra varones y no condenar a estos por ser varones. Por eso, la ley Antonia no cumple los estándares que exige la Convención de Belem do Pará, que firmó Chile: Que la protección de las mujeres no transgreda los derechos humanos.
La ley Antonia mezcla adversidad, daño y sufrimiento. La experiencia de la adversidad es decisiva para que la mente distinga la fantasía narcisista de la relación comunitaria y de los vínculos afectivos; en dosis restringidas, también lo son daño e incluso el sufrimiento breve y de intensidad limitada. Los tres, en distintos grados, transforman a un niño en adulto. La ley Antonia pretende que si una mujer es adversaria de un varón (por ejemplo en una discusión académica), el varón puede incurrir en violencia de género.
Para lograr su objetivo, la ley Antonia instala en el Código Penal un engranaje similar al del Santo Oficio de la Inquisición. José Toribio Medina, uno de nuestros grandes historiadores, describió en 1887 la práctica de la Inquisición en Perú en estos términos: "El método más común de iniciar un proceso en el Santo Oficio era la delación [...] procediendo desde ese momento los jueces de oficio, sin parte contraria. A pesar de que el denuncio no tuviese viso alguno de verdad, no por eso debía sobreseerse [...] lo que no se descubría en un día, podía aparecer en otro. Todo el mundo estaba obligado a delatar".
Entonces, la víctima era la fe católica, cuyo "triunfo" la Inquisición aseguraba contra el hereje. La ley Antonia actúa del mismo modo. Introdujo el artículo 109 b en el Código Penal, que restringe hasta hacer casi imposible que la defensa del acusado interrogue, por su parte, a la acusadora, para salvarla de la "victimización secundaria, esto es, evitar toda consecuencia negativa que puedan sufrir con ocasión de su interacción en el proceso penal" (Código Penal, art. 109 b). Es un imposible: Todo proceso penal tiene consecuencias negativas parciales para los participantes. En cambio, al acusado sí se le puede hacer sufrir consecuencias negativas de interrogatorio. Con la ley Antonia, la acusadora es víctima legal sólo porque acusa; es decir, crea a un victimario antes de probar nada.
Por si no bastara, introduce un cambio en la ley de Prensa, a la que amordaza: Ya no puede la prensa poner en duda que la acusadora sea víctima real ni "relativizar la violencia sufrida" (nuevo artículo 33° de la ley de Prensa). Con la ley Antonia, desaparece el control ciudadano a la justicia. Se trata de un proceso donde sólo la acusadora y el fiscal tienen derecho a la palabra pública.
El cuestionamiento a la ley Antonia no es de derecha. En cambio, sí lo son sus promotores. También la ministra Orellana. El punitivismo de género de esa ley incrustó un sistema represivo de la extrema de derecha en la fracción de izquierda de género: Todo lo solucionan con desigualdad y cárcel. Es necesario que la izquierda, el centro y la derecha democrática se unan para sustituir el apartheid de género por una legislación que promueva la igualdad, la solidaridad y la confianza entre todos los géneros. No todo se justifica in defensa fidei, en defensa de la fe. A la Inquisición, se entra. De ella, nunca se sale.
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