Monseñor Ezzati y Karadima (II)

Considerando las innumerables opiniones que he recibido, esta última semana, en relación a mi columna sobre la "visita a Karadima" y sin afán de polemizar, sino de aclarar quisiera referirme, nuevamente, y en un tenor más directo a la visita del arzobispo.

Respeto absolutamente las opiniones de los distintos comentaristas, sin embargo creo que no me di a entender de manera clara y precisa en cuanto a lo que quise expresar.

Toda condena, civil o eclesiástica, debería apuntar a la rehabilitación del sujeto condenado, en este aspecto hemos luchado, por años, incasablemente, para que se nos escuche y se trabaje en pos de aquello.

Al decir, en la mayoría de los comentarios recibidos, que Karadima no refleja ningún tipo de arrepentimiento, ni de reconocimiento del mal causado, se hace imprescindible que él reconozca por lo que ha sido juzgado y condenado.

En este aspecto parece que la opinión pública en general, sólo se satisface con la condena y la vergüenza que esto representa. Cuestión muy distinta al trabajo que por más de 30 años personalmente y casi 20, con los profesionales de la Fundación Paternitas, nos hemos esmerado en efectuar, es decir: recuperar y rehabilitar.

Los victimarios deben aceptar y reconocer sus delitos y pecados, única manera de evitar que sigan siendo victimarios, mantenerse en una postura de negación sólo agrava el delito y el pecado y lo pone peligro para su salvación eterna. Esta es la razón principal, a mi juicio, por la que el arzobispo visitó y visitará a Karadima.

Vamos a lo esencial, lo importante es la recuperación del delincuente y del pecador y todo lo que vaya en esa dirección tiene sentido.

Consecuente con lo anterior, se critica con vehemencia y cierta irracionalidad, el hecho que monseñor Ezzati habría llegado con algún regalo y además, filtrándose a los medios esta visita. Cuestión completamente secundaria, pues lo que todos queremos, y en particular las víctimas, es que Karadima nunca más sea protagonista de hechos tan deleznables por todos conocidos.

Un victimario que no cambia sigue siendo un peligro para la sociedad, pues aunque la condena sea de mil años, si no asume su delito, no tendría ningún sentido. Al contrario, bien valdrían mil años de vida, si en ellos se logra un cambio para su vida.

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