Norte oscuro: ¿Innovación para la humanidad que queremos ser?

¿Qué humanidad queremos ser? Esta fue la pregunta central de la 14ª versión de Congreso Futuro, recientemente celebrado en nuestro país. En tiempos convulsos, cuando parece imposible imaginar un mañana prometedor, diversas instituciones se reúnen para tender puentes entre ciencia, tecnología e inquietudes ciudadanas, abriendo espacios para soñar y proyectarnos hacia el futuro. Durante años, este ejercicio ha sido un valioso refugio de reflexión que ha articulado conversaciones a nivel nacional; sin embargo, este año resultó especialmente difícil, ya que la mirada hacia el futuro se ve ensombrecida por tendencias que emanan de un norte sombrío. Nos comenzamos a acostumbrar al deterioro evidente de las instituciones globales, a una profunda crisis de la democracia, al avance imparable del totalitarismo y del fascismo, y, lo más dramático, al dramático retroceso en el respeto a los derechos humanos.

La manipulación de la información parece estar detrás de muchos de estos problemas. Hoy, los intereses económicos de gigantes tecnológicos se acoplan a caudillos sin escrúpulos, dispuestos a todo por su propio beneficio, dejando en entredicho el bien común, los relatos que nos unen -como los derechos humanos, el respeto multilateral o los esfuerzos de cooperación internacional- y nuestras posibilidades de coordinarnos para enfrentar desafíos globales.

En este escenario, las tecnologías se revelan como armas de doble filo. Así como un cuchillo puede servir para preparar una comida o para infligir daño, los desarrollos tecnológicos -que avanzan a pasos agigantados- abren la puerta a soluciones revolucionarias para problemas fundamentales, pero al mismo tiempo generan riesgos existenciales inimaginables hasta hace poco. Ante este panorama, el papel de instituciones sólidas es crucial: Es indispensable orientar el desarrollo y el uso de la tecnología, regulando sus aplicaciones y consecuencias, anticipándose para evitar que se transformen en amplificadores de la desigualdad o en herramientas de destrucción y deshumanización.

La construcción de referentes comunes y la aspiración a la humanidad que anhelamos requieren, ante todo, el encuentro y el diálogo que fortalezcan nuestras instituciones. Sin embargo, esta visión compartida se ve obstaculizada por las burbujas de realidad en las que cada uno se enmarca, moldeadas por algoritmos y comunidades cerradas que dificultan el intercambio de perspectivas diversas. Por ello, el diálogo entre el conocimiento científico, las artes y las humanidades se erige como pilar fundamental para repensar el futuro. ¿Qué rol desempeñan nuestras universidades? Quizás sean las últimas instituciones capaces de generar referentes que trasciendan el conflicto permanente y permitan imaginar futuros posibles, especialmente aquellas cuya misión está ligada a los desafíos de nuestro país.

Hoy necesitamos detenernos, aunque sea momentáneamente, para recuperar la perspectiva. El tiempo se vuelve esencial para asimilar la vorágine de transformaciones que vivimos. Esta pausa no es un llamado ingenuo a detener los cambios -pues la única certeza que tenemos es que el mundo seguirá transformándose exponencialmente- sino una invitación a darnos un respiro para construir referentes mínimos que orienten nuestra navegación en la incertidumbre. Es fundamental problematizar lo que hacemos y cuestionar cuánto estamos aportando en este proceso de cambio.

Es momento también de repensar la formación profesional y el rol de la educación. ¿Qué habilidades y valores se requieren para enfrentar un futuro en constante cambio? La respuesta demanda un replanteamiento profundo de nuestros sistemas educativos y formativos, que preparen a las nuevas generaciones para contribuir activamente en la construcción de futuros posibles. Ante la aceleración de los cambios, debemos preguntarnos cómo desarrollamos las capacidades necesarias para navegar en este mar de transformaciones y contribuir a una sociedad más justa y humana.

En un contexto marcado por sombras y desafíos, es imperativo que retomemos el diálogo y la reflexión. Solo mediante la articulación del conocimiento y el compromiso colectivo podremos forjar un camino que nos conduzca hacia la humanidad que aspiramos ser, pese a los embates del Norte oscuro. Ojalá que, en esta temporada de vacaciones, al menos logremos detenernos a preguntarnos dónde estamos y qué estamos haciendo, abriendo así la posibilidad de encontrarnos para construir, juntos, la humanidad que queremos.

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