"Papitos corazón": Más allá de lo económico, la ausencia en los cuidados

Cuando se habla de ser "papito corazón" se alude, principalmente, al pago de la pensión alimenticia cuando existen niños/as en común, pero no a la cotidianidad compartida. Es un deber, pero a la vez, un derecho de la niñez. ¿Debemos limitar esta crítica, entonces, sólo a los aspectos económicos de la mantención de un hijo/a? ¿Eso basta para considerar los cuidados como suficientes?

La crianza implica no sólo la mantención económica, sino la personal, emocional, de seguridad, educativa, recreacional, entre muchas otras facetas. La soledad en los cuidados cotidianos, en hogares donde la madre es la que lleva la gestión productiva y reproductiva, implica generalmente un desgaste que no tiene una cuantificación y, generalmente, conlleva una carga mental y física, no considerada. Según nuestro marco cultural, se normaliza y se considera como algo "natural".

Según los datos del Censo 2017, se han más que duplicado los hogares con jefatura femenina, representando 42% del total a nivel nacional. Es posible que, con el Censo vigente, esta cifra se consolide o vaya en aumento, sobre todo por la diversificación familiar existente y los cambios de roles de género presentes en nuestro contexto. Por tanto, en muchos hogares, las mujeres podrían estar a cargo de las funciones económicas, psico-afectivas e instrumentales del hogar.

En varios círculos de madres trabajadoras solteras con niños/as dependientes, se escuchan frases de un día cotidiano que podríamos resumir en algo así: "bañarme, salir corriendo, llevarla al colegio, desayuno en el auto, luego volar al trabajo, en medio de reuniones y actividades, llamar al médico para coordinar la cita de la peque, luego pasar por el supermercado, escribir a la escuela, y correr para volver a buscarla, acompañarla con sus deberes, seguir trabajando desde casa, hacer la comida, bañarla, acostarla, y mandar unos últimos mails en la noche".

Emergen múltiples pequeños detalles, que resultan invisibles, de muchos pensamientos y acciones que se deben planificar, programar y realizar en post del cuidado de otros/as, que se suman a las labores productivas y reproductivas del día a día. A esto se le ha llamado "carga mental", porque es parte de la vida y las responsabilidades de una mujer que trabaja remuneradamente y cuidando; lo que, sostenido en el tiempo, puede afectar su salud física y mental. La doble jornada, laboral y de cuidados, se intensifica con esta planificación mental de futuro constante.

Todo ello repercute en la falta de tiempo para sí mismas, para acceder al ocio, para el autocuidado. Y cuando se dispone para sí, muchas de ellas se sienten culpables ante el rol tradicional y las expectativas sociales por ser "madres". Hace unos días escuchaba a una comediante que bromeaba con "¿cuándo tenemos tiempo para conocer a alguien? Ahhhh... sí, en tres semanas, el domingo, entre 11 y 12 de la noche".

La falta de tiempo y el sentirse abrumadas por la cantidad de responsabilidades es algo que muchas mujeres resienten. Esto se debe a que aún en nuestro país, las normas sociales sobre crianza y cuidado -canalizadas en diferenciaciones sociales de género- siguen recayendo casi exclusivamente en las mujeres -pese a los avances en algunas generaciones más jóvenes.

Basta mirar la historia chilena: Es constante la ausencia del padre, o cuando no, su presencia resulta lejana o tangencial. Lamentablemente, sigue siéndolo en muchos casos, pese al aumento de nuevas formas de paternar y de masculinidades más conscientes de la corresponsabilidad, y pese a la aguda reconfiguración de las estructuras familiares.

Algunas expertas le llaman "hombres cero", para referirse a la nula participación de los hombres en las tareas domésticas y de cuidado. Por otra parte, el ejercicio de la paternidad se reciente cuando éste no vive con los/las hijos/as, ya que la no residencia común, disminuye la cantidad y calidad del contacto relacional y el involucramiento en el día a día con los/as niños/as.

Entonces, no podemos remitir la idea de justicia en torno al cuidado de los/as hijos/as sólo a una dimensión, la económica, es decir al pago de una pensión básica -que obviamente debe hacerse; sino que debemos ver cómo las responsabilidades de cuidado cotidiano y su planificación, no recaigan en uno/a único/a progenitor/a, pese al cierre del vínculo amoroso entre éstos/as. Esto, sin duda, implica un cambio cultural y no sólo de conciencia personal y distribución de roles equitativos, sino también estructurales, que faciliten la división de tareas domésticas y de cuidados en igualdad de condiciones, como es la concreción de políticas públicas y privadas.

Es una tarea compleja, pero como señala Bauman en "Amor líquido": "Tener hijos implica sopesar el bienestar de otro, más débil y dependiente, implica ir en contra de la propia comodidad. La autonomía de nuestras propias preferencias se ve comprometida una y otra vez, año tras año, diariamente (...) un tipo de obligación que va en contra del germen mismo de la moderna política de vida líquida".

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