A la luz de la reflexión de Simone Weil en su libro "La Persona y Lo Sagrado", ella sostiene que dónde hay un error de vocabulario, hay un error de pensamiento, reafirmando que en cada ser humano hay algo sagrado que es "ser humano, sencillamente". No es la persona lo que hay en el ser lo sagrado, sino que el entero. Cada parte del ser humano es lo sagrado, entonces, el amputar una parte del ser humano no deja de ser persona, pero amputar una parte para hacer daño es desgarrar el alma, al hacer el mal.
La naturaleza humana presenta a hombre y mujer, enteros como lo que son, psíquica y físicamente. Así, la persona tiene un comportamiento cuya orientación depende de su singularidad, pero ese comportamiento no le anula su naturaleza humana. Entonces, al pretender violar la naturaleza humana creando un nuevo vocabulario se debe a que el pensamiento que lo porta es el error. El error de desmerecer la libertad de expresión, privilegiando la libertad de propaganda, el error de desmerecer el derecho del niño a ser adoptado por la pretensión de adultos de arrogarse un derecho a adoptar, el error de confundir el derecho de expresar libremente la orientación sexual, imponiendo la creencia de que eso invalida la naturaleza humana.
La persona es una condición de derechos, pero dichos derechos nacidos de un error del pensamiento, hacen de la minoría colectiva que se arroga no sólo la representación de los derechos, sino que la imposición de su voluntad, una idolatría. La idolatría de la colectividad hace más extenso el crimen social.
El ser humano sólo escapa a lo colectivo cuando penetra en su alma y lo colectivo no tiene asidero en ella, sin posibilidad de que ese colectivo niegue su propia naturaleza. Entonces, la colectivización del error es propio de sistemas totalitarios, cuyo criterio al ser aplicados en democracias, la convierte en tiranías del subjetivismo que socavan lo sagrado de la persona, el hecho de ser "ser humano".
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