Productores de delincuencia

Pedro nació en un mal momento y en un mal lugar. Su madre, alcohólica y drogadicta, vivía en las calles de la ciudad, se dio cuenta de su embarazo cuando su barriga comenzó a crecer más de la cuenta. Poco duró la leche materna y el hambre se hizo costumbre. Deambulando por las calles, mendigando algo de comida, Pedro creció.

Cuando pudo caminar, Pedro se fue del lado de su madre con una pandilla de niños de la calle, con ellos logró saciar el hambre, pero no comiendo, sino qué aspirando neoprén. Cuando tenía 4 años cometió su primer delito: Junto a sus amigos caminaban por el centro de la ciudad, ya no les quedaba neoprén y el hambre comenzaba a aparecer. Pasaron por el costado de una frutería que publicitaba sus recién llegadas manzanas Fuji, estaban tan brillantes que llegaban a encandilar. Pedro tomó una y le sacó un mordisco. La ecuación era simple, él tenía 4 años, mucha hambre y encima de una mesa había fruta, ¿Por qué no podría comerse una?

Sin saberlo ni quererlo, Pedro había cometido su primer delito. No, no estoy intentando romantizar la delincuencia. Pedro era un niño con edad de ir a prekínder cuando tuvo que entender la vida. Deambulando por los centros comerciales, vio a niños de su edad comer a destajo, mientras él debía esperar que algo dejaran para poder alimentarse.

A la tristeza y pena que lo habían acompañado desde que había nacido, le empezó a acompañar la rabia, la que guio sus siguientes actos delictuales, la que lo hizo indiferente y violento, emociones que fueron exacerbadas por la droga que comenzó a consumir.

Un informe desarrollado por Unicef señala que la edad promedio de los niños que ingresaron a algún centro residencial del Sename era de 11 años, Pedro bajaba el promedio, pues había cumplido recién los 8 años cuando entró.

La rabia acostumbrada que siempre lo acompañaba comenzó a desaparecer después de 3 días en el centro residencial, pues ahora tenía un lugar donde dormir, nunca había dormido en una cama con sábanas limpias, nunca había tenido un baño, nunca había comido tres veces al día y con doble ración. Su ceño fruncido comenzó a desaparecer y sus labios comenzaron a sonreír, aprendió a rezar y dar gracias, gracias por la tregua que la vida le estaba dando.

Lamentablemente, la tregua fue eso, una tregua y a los 7 meses tuvo que arrancar de lo que parecía el paraíso, pues un "tío" había comenzado a visitarlo por las noches. La rabia volvió a aparecer y ahora con más fuerza que antes, pues había vivido la vida que se merecía, pero se la arrebataron junto con su inocencia, Pedro volvió a las calles, volvió a las drogas, volvió a delinquir, pero esta vez no solo para comer.

No, no estoy intentando romantizar la delincuencia. La PDI investigó 240 hogares de menores: Se constataron 2.071 abusos.

¿Qué tipo de rehabilitación estamos entregando? ¿Qué posibilidades reales existen de que estos menores no se conviertan en delincuentes en su adultez?

Según un estudio realizado por la Fundación San Carlos de Maipo, uno de cada dos reos de la población penal adulta pasó por un centro de menores durante su infancia o adolescencia. Los datos son evidentes, si no se abarca el problema en su completa dimensión, nunca dejaremos de tener delincuencia.

Pedro no fue la excepción, se convirtió en delincuente y cuando tenía 24 años, fue condenado a la pena de 10 años y un día de presidio efectivo, en calidad de autor del delito consumado de robo con violencia calificado con retención de las víctimas.

No voy a describir cómo fue su vida en la cárcel pues se lo pueden imaginar, lo que quizá les sea difícil de creer es que Pedro dentro de ella volvió a tener una nueva tregua: Ingresó a una iglesia y en ella conoció a Dios y, con base en la fe, volvió a creer. La esperanza y el optimismo fueron sus aliados. En la cárcel estudió y logró sacar su Cuarto Medio, una nueva vida floreció para él.

Cuando cumplió su condena, los hermanos de la iglesia lo esperaban para ayudarlo a insertarse en su nueva vida, lo que no fue posible, pues sus papeles estaban manchados, nadie pudo ni quiso darle trabajo, su certificado de antecedentes valía más que sus ganas de salir adelante y Pedro volvió a sentir rabia, volvió a delinquir. No, no estoy intentando romantizar la delincuencia, pero si no somos conscientes de esto, nunca acabaremos con ella.

La última versión del estudio Preocupaciones del Mundo, realizado por Ipsos, señala que en promedio al 31% de la población mundial le preocupa el crimen y la violencia, en Chile la cifra sube a 63%, y cómo no, si estamos viviendo en tiempos de mucha delincuencia e inseguridad. Y como este año es año de elecciones, todas y todos esperamos ansiosos que las y los candidatos presenten sus propuestas en torno a esto, las que seguramente abarcarán la mayor parte de los programas de las y los candidatos.

Les invito a dejar de ser espectadores, les invito a dejar de ser productores de delincuencia por omisión. ¿Cómo? Pidiéndoles a los candidatos un plan de seguridad que abarque una de las raíces del problema. ¿Cuál? Es multivariable, pues es una combinación de desigualdad e inequidad, de injusticia, de niñez y rehabilitación; por ende, es un plan a largo plazo que no coarta las acciones a corto plazo que se necesitan implementar, pero que no tendrán efecto si no se va al meollo del asunto.

#Seguridad2045 debería ser el hashtag que todos y todas utilicemos para que quienes aspiren a presidir el país presenten un plan con objetivos y estrategias, con plazos a corto, mediano y largo plazo, con indicadores de control y medidas correctivas y un presupuesto con las fuentes de financiamiento, porque seguramente esto será caro.

Pero, ¿no existirá una solución más simple y económica? ¿Por qué debemos hacernos cargo de esta gente? ¿Por qué, si yo trabajo, pago mis impuestos y soy un buen ciudadano, debo financiar la rehabilitación de estos antisociales? Chile no es el hogar de Cristo y yo no me llamo "Alberto Hurtado Cruchaga".

Si ante estas preguntas no encuentra respuesta en su interior, en sus valores de caridad y solidaridad, en su empatía o altruismo, quizá Immanuel Kant lo puede ayudar: "Ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones".

Somos un Estado que hemos firmado un contrato social, punto. #Seguridad2045 #Productoresdedelincuencia.

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