Rescate milagroso

"Cuando te toca ni, aunque te quites, y cuando no te toca ni, aunque te pongas", Leticia Ruiz Esparza, mexicana

La noticia recorrió gran parte del mundo. Conmovió a moros y cristianos, una avioneta había caído en plena selva amazónica y nada se sabía de su ubicación, menos de su tripulación.

Gustavo Petro, el presidente colombiano, apresuradamente informó que cuatro de los niños siniestrados fueron rescatados. La información fue errónea. Sólo se encontró tres personas adultas fallecidas tras el impacto. De los niños nada, desaparecidos del lugar de la tragedia. El tiempo y la tupida selva corrían en contra.

La fragilidad humana es conmovedora en estos casos. La ilusión se va perdiendo velozmente, peor aun cuando han trascurrido 40 días y 40 noches a merced de las inclemencias de la naturaleza y de animales salvajes o insectos venenosos, que moran en sus dominios.

"Operación Esperanza" se puso en marcha a todo vapor. Buscar y encontrar con vida a Lesly de 13 años, Solein de 9, Teins de 4 y Cristian de 11 meses -el que cumplió un año en plena selva, sin su madre que le arropara, era una de las desdichadas víctimas- fue una tarea prioritaria del gobierno colombiano.

Miles de almas contribuyeron al reencuentro. Nació espontánea la generosidad, aquella que nos hace a todos y todas más personas. Esta es la esperanza que nunca debemos perder, nos da una poderosa lección de vida, para seguir luchando y lograr lo imposible. Da gusto soñar que esos niños podrán volver a su entorno familiar y construir, junto a otros su futuro y al porvenir de su país.

Otro hecho a recordar. El derrumbe de la mina San José se produjo el 5 de agosto de 2010, a las 14:00 hrs. y esforzados mineros quedaron atrapados a una profundidad de 720 metros, en la nortina comuna de Caldera. Una conmoción nacional obligó al gobierno a encabezar el rescate.

La explotación de los ricos yacimientos en el país está regada de dolorosas desgracias, con miles de muertos. La historia nos marca con las famosas minas de carbón, en el sur. Cuando no, los mineros, en sus legítimas demandas, eran masacrados por la fuerza represiva del gobierno de turno. Súmale las enfermedades que adquirían, durante las largas jornadas de 12 horas en el sub terra... que al final de sus cortas vidas terminaban con silicosis que los consumían, a diario.

Las faenas se instalan en esta agreste zona de cerros, piedras, y arenas, al brillo del sol calcinante, inspiran y motivan al obrero para ingresar a las entrañas de la tierra, para buscar el sustento familiar, que los hace soñar con un mejor pasar, sin percatarse del inminente peligro que les acecha.

No podía ser diferente en esta ocasión, los mineros atrapados estaban condenados a una muerte lenta, tan cruel, como era su existencia. La necesidad de trabajo es superior. Los dueños no cumplían con los mínimos resguardos y requerimientos de seguridad. Las autoridades fiscalizadoras brillan por su ausencia, o fueron complacientes a una prebenda que raya en la corrupción.

El campamento Esperanza se instala con la finalidad expresa de rascar las profundidades rocosas, para ubicar los desdichados compatriotas, sin éxito alguno en las primeras perforaciones, se trabajaba con ahínco, pero a ciegas. El pesimismo aumenta. Los familiares ven todo perdido.

Chile se conmovió y tocó el corazón del mundo. Vinieron de todas partes a colaborar desinteresadamente. Hasta la NASA envió sus mejores hombre y equipos, nadie se restó, aunque pasaban los días, la cadena de voluntarios empezó hacer efecto. Nace la creatividad y la imaginación. Después de 69 días de obscuridad, una sonda incrustada en medio de la mina, aparece de vuelta, con un añoso papel conteniendo un sano mensaje de vida. "Estamos bien los 33". La sonrisa volvió en cada chileno y chilena, sus rostros así lo demostraban.

Dos milagros que nos hace pensar mucho más en la hermosa bondad de la humanidad: frente a la adversidad.

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