Transformando las condiciones en que se organiza el trabajo y la vida

Coescrita con Daniela López Leiva, abogada feminista

La verdadera amenaza para la vida en sociedad no es la lucha por los derechos de las mujeres, sino el abandono sistemático del Estado y la mercantilización de la vida.

Históricamente, a las mujeres se nos negó el derecho a ingresar al mercado laboral. Luego, cuando nuestra participación laboral se volvió indispensable ingresamos al mundo del trabajo remunerado, pero sin condiciones igualitarias. A igual función, menor salario. A igual jornada, doble carga. A igual responsabilidad, menos reconocimiento.

Hoy, sabemos que no basta con ingresar al mercado laboral, menos si eso no es sinónimo de empleo formal. Es necesario ir cambiando las desigualdades estructurales que siguen limitando la autonomía de las personas, sobre todo de las mujeres. Feministas como Alexandra Kollontai lo advirtieron hace más de un siglo, señalando que las mujeres se han convertido en esclavas del trabajo doméstico y de cuidados dentro de las familias, precisamente por la carencia de apoyos y distribución igualitaria de este trabajo, que lo impone como una carga y no como una tarea compartida de bienestar.

Sin duda han existido avances frente a esta desigualdad: políticas públicas y laborales que garantizan mejores condiciones para poder conciliar la vida laboral con la vida familiar sin que seamos únicamente las mujeres quienes deban asumir el costo de esa conciliación. Esfuerzos significativos pero insuficientes para la complejidad del problema. La crisis de reproducción y sostenibilidad de la vida, que se hizo aún más evidente tras la pandemia, requiere de mayores respuestas estructurales. Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en el trimestre móvil octubre-diciembre de 2024, la tasa de participación laboral femenina en Chile se situó en 52,1%, mientras que la masculina alcanzó el 70,2%, evidenciando una brecha de 18,1 puntos porcentuales en desmedro de las mujeres.

Mientras tanto, sectores conservadores y autoritarios han intentado responsabilizar al feminismo de la supuesta destrucción de la familia, provocando una crisis reproductiva en la sociedad, con la baja en la natalidad. Esta narrativa no sólo es falsa, sino que oculta al verdadero responsable: el modelo neoliberal y sus defensores, quienes han convertido la maternidad en un sacrificio individual y muy costoso para la mayoría de las mujeres. La postergación de la maternidad, la disminución de la natalidad y la precarización de la crianza y el cuidado son consecuencia de un modelo de desarrollo que ha desmantelado la protección social, encarecido el acceso a la vivienda, empobrecido el empleo, invisibilizado el trabajo de cuidados y, por sobre todo, ha hecho de los derechos sociales un negocio. Todo ello sin siquiera producir crecimiento económico. La verdadera amenaza para la reproducción social y la vida en sociedad no es la lucha por los derechos de las mujeres, sino el abandono sistemático del Estado y la mercantilización de la vida.

Este es el desafío que estamos enfrentando: construir respuestas desde una política feminista que garantice derechos y libertades sin reproducir desigualdades. La igualdad no se decreta, se construye. Y seguiremos construyendo las bases de un país donde ser mujer y trabajadora no signifique mayor carga, sino igualdad y libertad.

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