Tuición compartida

No es mi intención causar polémica ni intentar ponerme a la defensa de uno u otro género, la presente reflexión está hecha con la sola idea de instalar un cuestionamiento en un momento social en donde los discursos de igualdad y equilibrio entre los adultos parece olvidar la instalación del niño en un sitio de sujeto desde hace bastante.

Concebir las necesidades de cada persona, requiere absolutamente entenderla antes, entender requiere detenernos y preguntarnos de dónde vienen los requerimientos, a qué obedecen y desde qué lugar se configuran. Tengo la sospecha que no se ha realizado el ejercicio anteriormente propuesto cuando se instalan temas contingentes o decisiones en torno a la infancia.

Vivimos en un terrible instante en donde los niños, si bien son más visibles que hace décadas atrás, son concebidos como "seres" que poco saben de sus necesidades y que deben moldearse a las necesidades de un mundo adultocéntrico absolutamente, que carga muchas veces con utilizar métodos poco adecuados para lograr "poner límites" o "educar" a nuestros niños. Podría explayarme en este punto, mas quiero comentar mi preocupación frente al manejo de la recién promulgada ley de tuición compartida.

Es importante que Chile entero sepa, que un niño o niña necesita, para crecer y sentirse bien, ser amado. Ser amado profundamente y ser respetado, respetado en sus ritmos, respetado en sus necesidades, mirado como una persona más a quien se le valora y valida su opinión.

Un niño además de necesitar amor, necesita constancia, necesita aprender que los acontecimientos que suceden a su alrededor lo protegen.

Necesita percibir constancia, necesita percibir consistencia y coherencia entre lo que sucede y "lo que le es nombrado como lo que sucede".

Necesita sentirse parte de un núcleo y más concretamente necesita tener una casa, una cama donde dormir, un espacio en el lugar físico, porque suponemos que con todo lo anterior se permitió un espacio mental, que se le ha cedido al niño para habitar nuestra subjetividad.

Hago hincapié en el un, uno porque la práctica clínica me ha enseñado, que muchas de las grandes dificultades emocionales que se genera en los niños, luego de la separación de sus padres, tiene que ver con el sentimiento de sí mismo que se ve alterado (por decirlo de alguna manera) al no tener claro cuál es el lugar que ocupa en el mundo.

Es decir, como luego de las separaciones es común que los niños sean informados con respecto a que "ahora en adelante tendrás dos casas" "dos piezas" "dos camas" (todo esto para ahorrarnos, los adultos, la dificultad de explicar lo que implica una separación para nosotros) muchas veces por comodidad, por mal entendido "amor", para ambos "disfrutar" de los niños es que nos repartimos a nuestros hijos como si fueran bien material.

¿Puede usted pensar que un niño, que es absolutamente concreto va a poder entender y más bien sentir adecuadamente luego de escuchar que es de dos lugares cuando en verdad él es sólo uno? ¿Puede uno ser de dos lugares? No señor, no puede ser.

O se es de acá o se es de allá. Los adultos siempre nos exigimos situarnos en un sólo lugar, pero lo olvidamos cuando se trata de nuestros niños.

Vuelvo a la práctica clínica. He observado que lo anteriormente planteado genera montos importantes de angustia, rabia, profundo sentimiento de soledad y desgano. Casi los mismos síntomas que tendría un adulto que pasa por algún episodio depresivo luego de sentirse sumamente exigido o con sintomatología similar a haber perdido a alguien que se ama.

Seguro que si alguno de los padres tuviera que aceptar que su hijo vive en otro lugar y no con él, tendría algunas de estas manifestaciones (seguramente es por esto que preferimos evitarla y generárselas a nuestros niños).

Vuelvo a la tuición compartida en dónde si bien puede indicar una decisión consistente en el sitio donde el niño estará, lo cual es lo recomendable, aceptable y justo para él (aunque sea injusto para alguno de sus progenitores) en otros casos, se ha sugerido que el niño (ha sucedido como en estas pocas semanas de vigencia de la ley), debe vivir 15 días con un progenitor y 15 días con el otro (se ha señalado que el niño debe tener una mochila preparada para irse de un lugar a otro "sin problemas"). Ni siquiera el pueblo nómade fluctuaba de esa manera, solía ser más constante en su vivir.

No puedo dejar de apreciar que es una medida cómoda para los padres, ya que ambos "disfrutan" del niño. Pero lea el principio de esta columna y sabrá, un niño necesita consistencia, necesita tener la certeza de pertenecer a un lugar. Pertenecer a un lugar y sentirse seguro en el es reconocer espacios, olores, sensaciones, etc. De no existir esa consistencia en la configuración del sí mismo, se va perdiendo, ese arraigo que tanto necesitará de adulto, no se le brindará.

Le pido por favor, señor lector, imagine un solo momento que se le obliga a vivir 15 días en una casa y 15 días en otra… ¿cómo se sentiría? ¿le parece la idea? ¿qué pasa si alguien le dice a usted que vive 15 días en una determinada dirección y 15 en otra?

Le aseguro que a lo menos le parecerá una persona extraña y poco confiable. Sepa usted que, tal vez los adultos podemos llegar a metabolizar situaciones así de desgarradoras, podemos entender abstractamente ciertas cosas. Para un niño en tremendamente más difícil, para un niño es mucho más angustiante.

Instalo la reflexión de una necesidad de normar en torno a las necesidades de los niños, en torno a sus necesidades emocionales, de salud mental, por el bienestar de nuestra infancia y del país en el futuro.

Hago un llamado a que actualicemos nuestros conocimientos (especialmente si de nosotros dependen estas decisiones), actualizarnos en áreas como el desarrollo de la neurociencia, de las nuevas investigaciones en salud mental infantil, etc.

Adultos desarraigados, sin sentido de pertenencia, con poco apego hacia un espacio o núcleo, o peor aún disociado o escindido es la peor herencia que podemos dejarle a Chile.

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