Ya no basta con rezar
La oración es un elemento esencial para la vida de los cristianos. El Pueblo de Israel reza, Jesús reza y enseña a hacerlo y desde pequeños a muchos de nosotros se nos invitó a pedirle a Dios que nos cuide y nos proteja.
La oración intenta descubrir el paso del Espíritu por nuestra vida para así ser más fieles a su amor. La oración es diversa y rica en sus formas. No existe un modo único de escuchar a Dios.
En efecto, las múltiples espiritualidades son reflejo de los distintos modos de acercarse al Evangelio. Lo central está en que por más que haya diversidad, el centro está en Jesús que se nos presenta en la Palabra de Dios y por medio de la Iglesia.
Sin embargo, la vida cristiana no se restringe a las formas de oración.
Muchas veces creemos, erróneamente, que un buen cristiano es aquel que va mucho a misa, que reza mucho, que vive los sacramentos y que con ello tiene el cielo asegurado.
Sin bien lo anterior es importante, en algunos ambientes el centrarse tanto en esta forma unívoca de vivir la pertenencia a la Iglesia los lleva a desconocer, a rechazar y evitar el contacto con la cultura, con las preocupaciones del país, con los más pobres. Vivir el Evangelio se circunscribe a las cuatro paredes del templo. Así se termina viviendo una vida aislada, centrada en sí mismo, preocupada más por la perfección personal y validando más la integridad particular que la preocupación por el prójimo. El cumplimiento de las normas, las formas y la pulcritud en el rito termina siendo lo más importante y central.
Que una persona rece más o menos no termina siendo lo más fundamental.
Que una persona vaya más o menos a misa no verifica que sea un buen cristiano. Que celebre más o menos los sacramentos no asegura que viva con fidelidad el Evangelio.
¿Cómo se verifica la vida cristiana? La vida cristiana se verifica por los actos, por las obras, por una conducta y una actitud de amor y de servicio a los más pobres y necesitados.
Se verifica por un modo de vivir que muestra compromiso, cercanía y solidaridad con aquellos que más necesitan.
Un buen cristiano, por lo tanto, es aquel que alimentado por la oración y los sacramentos finalmente es capaz de vivir cotidianamente aquello que predica.
Una oración que lleva a ponerme en el lugar del otro, una oración que lleva a vivir insertos en la cultura y en la historia de los pueblos, una oración que tiene como centro las preocupaciones y las necesidades de los excluidos es la oración que lleva, al mismo tiempo, a vivir la fe más en las obras que en las palabras o los ritos.
Por lo tanto, que los pastores, que los laicos, que los sacerdotes y las religiosas se dediquen a rezar es bueno , pero más importante es que se dediquen a actuar.
Quienes creen que la vida cristiana es aislarse en el templo, inmunizarse frente a los problemas sociales, retirarse a tomar palco mientras el pueblo exige mayor dignidad, se equivocan.
La verificación de una buena oración es la encarnación, es visitar al preso, estar con el enfermo, con el inmigrante; es involucrarse para hacer una buena política, es reclamar al mercado mayor igualdad, es hacer que las autoridades pongan su atención en los más pobres. No basta con rezar. Sin duda que no. Hace falta conducir la vida cotidiana estando al lado de los excluidos.
Hace falta obrar con justicia, generosidad y empatía frente a los más necesitados.
Hace falta rezar pero para actuar con fuerza y decisión en favor de la dignidad de aquellos necesitan ser reconocidos.
Ojalá que la Iglesia Católica y los cristianos comprendan que el evangelio se vive, se concreta, se hace realidad cuando actuamos conforme a la justicia que la misma fe nos exige y no sólo cuando rezamos o le pedimos a Dios en el silencio del oratorio.
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