Se cumplen 10 años desde que se implementó un nuevo sistema de transportes para el gran Santiago y las comunas de Puente Alto y San Bernardo.
Muchos recordamos aquel fatídico febrero de 2007, cuando enormes buses articulados con gente colgando en las puertas pasaban de largo por los paraderos, mientras largas filas de usuarios impotentes se resignaban incrédulos a esperar el siguiente servicio.
La vialidad en los lugares donde partió el Transantiago tampoco estaba preparada, al igual que hoy. Así se notó una rápida saturación en las calles sin considerar que más de la mitad de los usuarios trabaja o estudia en una comuna distinta a la de su residencia.
Resulta frustrante pensar que fueron años de estudios, diseño a cargo de expertos y muchos, ¡muchos! recursos involucrados durante dos gobiernos para dar origen al Transantiago… sin duda una de las peores políticas pública del siglo 21, que cambió la calidad de vida de los santiaguinos y le quitó la dignidad al transporte público hasta el día de hoy.
Las imágenes de la desastrosa puesta en marcha se repiten actualmente, con largas filas que se forman en distintos puntos de la capital, especialmente en los sectores periféricos, donde un tercio de las personas destinan más de dos horas diarias para trasladarse. Esperas que se realizan, además, en condiciones precarias con paraderos sucios, sin techo y sin asientos, rotos y rayados.
La falta de dignidad y operación del transporte público, además, ha colapsado el Metro y también la superficie. Las personas se endeudaron para adquirir un primer y segundo automóvil, con la consecuente saturación de las calles que nos lleva ahora a una restricción por congestión.
¿Por qué fracasó el Transantiago? A mi juicio, tuvo graves errores desde su diseño. Su esencia no se ajustó a un principio básico que sí cumplían las micros amarillas, donde los buses iban en búsqueda del pasajero, y no en sentido contrario, como ocurre en la actualidad.
¿Responsables? Por supuesto que nadie quiere hacerse cargo. El ex Presidente Lagos diseñó el sistema y después lo negó. Es como un padre que no quiere reconocer a su hijo, y que además culpa a la mujer por sus errores, en este caso quien lo implementó, la Presidenta Bachelet.
Justamente, en medio de ese caos, muchas personas disconformes con el servicio, decidieron simplemente no pagar su boleto, generando uno de los mayores problemas para los operadores: la evasión. En 2007 sólo el 8% de los usuarios no cancelaba el pasaje, hoy esa cifra alcanza el 30%, la más alta desde que se implementó el sistema.
Pero aquí viene lo más preocupante. El Estado ha asumido el costo de las enormes pérdidas que genera el Transantiago, con tres subsidios que suman US$ 16 mil millones con los que podríamos haber construido 30 hospitales de Alta Complejidad, como el nuevo Sótero del Río, que aún está pendiente, o 10 líneas de metro para dar conectividad a los sectores más pobres de Santiago.
Ante estas cifras millonarias, sin resultados, cómo entender la constante negativa del Gobierno a una propuesta que año tras año he presentado, rebajar el pasaje en los buses a los adultos mayores de nuestro país, que necesitan hoy una ayuda para aliviar los altos costos de su vida, frente a pensiones que no alcanzan.
El ministerio de Transportes se convirtió en el ministerio del Transantiago, destinando gran parte de sus esfuerzos y recursos en solucionar el problema, postergando la conectividad del resto de nuestro país.
Este 2017 se abre una esperanza para cambiar el sistema de transporte público con una nueva licitación. Desde mi punto de vista, se debe generar más competencia en las áreas más alejadas de la Región Metropolitana; allí se concentra la mayor cantidad de personas, pero existe menor oferta de transporte público. Estos cambios deben considerar, además, un rediseño en los recorridos, usando la malla del antiguo sistema. Por otra parte, debe haber regularidad en el servicio, mejoras en la frecuencia, aumento de zonas pagas y una tarjeta BIP más moderna.
Es urgente también mejorar las condiciones de seguridad no sólo de los usuarios, sino también de los conductores, con buses en buen estado, respetando jornadas laborales y teniendo zonas de descanso dignas.
El Gobierno debe entender y aceptar que el rediseño del Transantiago no resiste más plazos ni medidas parche. Por eso, llegó la hora de aunar esfuerzos y voluntades entre todos los actores. Escuchar las opiniones de usuarios, conductores, empresarios, expertos y autoridades será determinante en el nuevo diseño para construir una historia distinta para los próximos 10 años.
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